jueves, 25 de abril de 2013

La pólvora y las armas de fuego en la Edad Media


Es creencia común el pensar que fue Marco Polo quien, en su Libro de las Maravillas, escrito durante su cautiverio en Génova en 1298, hace por primera vez referencia a la pólvora, supuestamente inventada por los chinos.
No es verdad.
NI fue Marco Polo quien la mostró a Europa, ni –que se pueda demostrar- fueron los chinos quienes la utilizaron en la guerra.
La primera referencia fehaciente la escribió Roger Bacon en su obra “De secretis Operibus Artis et Naturae et de Nullitate Magie” mediado el siglo XIII, muy posiblemente transcrita de algún texto árabe. Cuando dice que:
Podemos, con salitre y otras sustancias, componer una luz artificial que se puede lanzar a grandes distancias… Utilizando solo una pequeña cantidad de esta luz,  mucho material se puede crear acompañado de un estrépito horrible, es posible que para destruir una ciudad o un ejército… Para producir esta luz artificial y el trueno es necesario tomar salitre, azufre y…. aquí escribe cinco palabras sin significado aparente para encubrir el polvo de carbón vegetal y sus proporciones.
Esto escrito entre 1240 y 1250, cuatro años antes de que naciera il milione, sobrenombre de Marco Polo entre sus conciudadanos del que se hizo acreedor gracias a sus exageraciones al hablar de sus riquezas, ganancias y descubrimientos.

Para descubrir un empleo práctico al polvo de luz hicieron falta casi cien años.
La primera referencia escrita al empleo de armas de fuego data de 1331, en el sitio de Orihuela. Más tarde, en 1340 en Tarifa y luego, con más detalle, en el sitio de Algeciras en 1342.
Sobre el uso de estos “truenos” empleados en Algeciras por los musulmanes sitiados dice la crónica de Alfonso XI:
…y también arrojaban muchas pellas de hierro que lanzaban con truenos que provocaban gran espanto entre los hombres y que, con simplemente tocar un miembro los arrancaban como si lo hubieran cortado con un cuchillo. Y cualquiera que fuera herido por ellas moría con total seguridad, sin que hubiera medicina ni cirugía que los pudiera salvar. En primer lugar porque llegaban incandescentes como si fueran de fuego y, además, porque los polvos con que las lanzaban eran de tal naturaleza que cualquier herido que hiciera era hombre muerto. Además venían con tal velocidad que atravesaban de lado a lado a un hombre con todas sus armas y corazas.  


De estos truenos nos habla, cien años más tarde, nuestro cronista en múltiples citas de sus bienandanzas. Como ejemplo baste un botón:
En el año del Señor de mil cuatrocientos veinticuatro, habiendo guerra entre Castilla y Navarra y siendo capitán de la frontera Diego Pérez Sarmiento, estaba Sancho de Gurendez con veinticinco hombres del linaje de Salazar en la frontera de conflicto cuando les atacaron los navarros. Se refugiaron en una iglesia cercana y se defendieron con un trueno del ataque. La mala fortuna –o la pólvora empleada- quiso que el trueno reventara por los sellos y prendiera el fuego en una caja de pólvora que tenían abierta. Tomó fuego la pólvora y con ella la iglesia entera ardiendo dentro de ella aquél Sancho de Guruendes, sus veinticinco hombres y cinco mozos que les acompañaban, que no escapó ninguno.

Son muy habituales en las crónicas los accidentes con la pólvora. Esto tiene una explicación muy sencilla. Nada había escrito y su empleo se basaba exclusivamente en la prueba y error. Además hemos de comprender el comportamiento de cada uno de sus componentes básicos. Carbón vegetal, salitre y azufre.
En esta mezcla, el salitre aumenta la potencia, el carbón acelera la combustión y el azufre incrementa la inflamabilidad de la mezcla.

En la España del siglo XVII, las proporciones de la pólvora de uso militar, ya estudiada con ánimo científico, fueron determinadas en un 70% de salitre, 16% de azufre y 14% de carbón. Consiguiendo la máxima eficacia del disparo a la vez que se reducía al mínimo el peligro de combustión accidental.
Como la pólvora medieval  era un 50% salitre, 25% carbón vegetal, 25% azufre, resulta una mezcla de poca potencia, que generaba mucho humo y altamente inflamable, lo que explica los abundantes accidentes que su elaboración y manipulación solían acarrear.