Cantigas de Cruz y Luna.

Cervera del río Alhama, una pequeña villa castellana donde cristianos, judíos y musulmanes conviven en secular armonía, envía sus mejores gentes a la campaña de las Navas de Tolosa. Les acompaña la dulce Zahara, arrastrada contra su voluntad a una aventura donde, para sobrevivir, habrá de ser más fuerte que los más intrépidos cruzados.

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La novela

La novela
Una historia de aventuras en Cervera del río Alhama, una perspectiva nunca vista de las Navas de Tolosa

martes, 15 de junio de 2010

Sobre la guerra por mar en la Vizcaya de los banderizos

Para poder hablar con propiedad sobre las acciones militares navales en la edad media, debemos primero entender que la navegación marítima en aquel período (siglos XII al XV) se encontraba limitada y condicionada por las características propias de las costas y desembarcaderos, las mareas, las corrientes y la climatología de la zona. Así, podremos deducir el comportamiento en ese escenario de unos navíos que habían de gobernarse únicamente mediante el uso de remos o de un velamen escaso e insuficiente.

Estas limitaciones geofísicas y tecnológicas se transponen a las técnicas militares. Básicamente, la estrategia militar medieval en la mar, se correspondía con la empleada en las batallas terrestres: acercarse todo lo posible al enemigo mientras se le lanzaban todo tipo de proyectiles y, una vez alcanzado, asaltarle con las armas de mano (picas, medias picas, chuzos, hachas y puñales). Así, en los enfrentamientos navales, se buscaba el amurar ambas naves (ponerlas lado contra lado) y luego abordar el navío enemigo para concluir la lucha en un combate cuerpo a cuerpo. En una navegación básicamente de cabotaje (navegar costeando, sin perder de vista la costa), la geografía de la costa cantábrica y sus fuertes mareas hacían imposible el entablar estos combates cerca de la costa, so pena de perder las más de las veces hombres y embarcaciones destrozados contra las rocas.


Tomemos como ejemplo el enfrentamiento que hubo lugar en aguas castreñas, cuando Juan González de la Marca armó una galeota en aquella localidad con la intención de llevarla a Santander. Sus enemigos, los Amorós, al enterarse de sus intenciones, armaron a su vez una barca y salieron una noche de luna desde Islares para impedirlo. No tardaron en alcanzar el navío de la Marca y comenzó la pelea. Podemos hacernos una idea de cómo transcurría el enfrentamiento y el control de las naves por sus tripulaciones, al saber que ambas naves terminaron por quedar bajo el castillo de Castro. Allí, Juan González ordenó a dos mozos de su tripulación que botaran el esquife de la galeota, para embarcar luego los tres en él con intención de ir a tierra. Se realizó la botadura sin avisar a los suyos (dice García de Salazar que no se sabe cuales eran sus intenciones, si la huida, el tramar algún ardid, o simplemente alcanzar el destino al que le arrastraban sus pecados). El caso es que Juan de la Marca, equipado con armadura completa sobre un inestable bote, hizo zozobrar el pequeño esquife y se ahogaron él y sus servidores. Mientras esto ocurría, los de la galeota, luchando “como hombres”, volvieron a su barrio en la villa marinera y desembarcaron sanos y salvos, sólo entonces se dieron cuenta de que faltaba su patrón. Al buscarlo por los alrededores, encontraron en la ribera el esquife y los cadáveres de los dos mozos y pudieron adivinar lo que había ocurrido.


Para entender este tipo de comportamiento y sus resultados, hemos de tener en cuenta que nuestros banderizos no tenían navíos de guerra. En aquellos años, la inmensa mayoría de las naves eran de uso mixto. Se utilizaban habitualmente para el comercio o la pesca y sólo cuando las circunstancias lo requerían las armaban y embarcaban soldados y armas para convertirlas en navíos de guerra. Tampoco los marinos estaban habituados a luchar, y en caso de enfrentamiento naval eran los hombres de armas los encargados de llevar el peso de la lucha. Y no olvidemos que sus gentes eran hombres acostumbrados a combatir a pie firme, protegidos por sus pesadas armillas o armaduras.


En las empresas militares entre bandos, era más habitual la utilización de los barcos para transportar de manera rápida y sorpresiva a las tropas de tierra que como cuerpo de ejército propiamente dicho. De esta manera, salvaban los obstáculos que sus enemigos pudieran poner en los caminos, y se podían ejecutar verdaderas acciones de comando. Tenemos en las bienandanzas abundantes ejemplos de este uso:

El preboste de Deva, desembarcó una madrugada en Baquio con cuatro pinazas para asaltar la casa de Iñigo de Rentería, ejecutarle a él y a diez hombres del linaje de Butrón y, tras el asalto, embarcar de nuevo y volver salvos de vuelta a Deva.

Lo mismo hicieron en otra ocasión los de Salazar: los Amorós les habían desafiado en Castro, seguros de sus fuerzas y confiados por que el señor de Salazar y sus hijos se hallaban en Losa. No contaban con que en lugar de marchar directamente contra la villa, los de Salzar embarcaran sus tropas en tres bateles en Somorrostro y al día siguiente, domingo por la mañana, desembarcaran en el barrio de los de Amorós para acosarles hasta su misma torre.


Por otro lado, dado el gran desembolso que suponía su construcción y la importancia económica del comercio y la pesca, todas las naves eran objetivo táctico militar. Por eso se atacaban las embarcaciones del contrario y se buscaba el dificultar al máximo su empleo por parte de la competencia. No es extraño encontrar relatos de incendios nocturnos en el puerto de Portugalete, de buques a los que se cortan las amarraras al amparo de la noche en el puerto Bilbao para que embarranquen, o de barcas de pesca de un apellido rival inutilizadas a golpes de hacha en el resguardo de Ciervana. No olvidemos que los hidalgos vizcaínos eran caballeros y empresarios que resolvían sus disputas comerciales a punta de acero. Hasta tal extremo se llegó, que en la villa de Bilbao se hubo de hacer constar en sus ordenanzas que sería penado con el destierro quien lanzara flechas o dardos desde las casas y muelles contra las naves que surcaban la ría.


Todo lo anteriormente escrito es aplicable a las peleas entre apellidos, circunscritas a la peculiaridad de las luchas banderizas, enfrentamientos vecinales engendrados por intereses locales.

No debemos extrapolar estas acciones a la alta política en la que también tomaron parte nuestros hidalgos, pero tampoco podemos olvidar que estos mismos caballeros tenían a su cargo buques mercantes pesados que surcaban todos los mares conocidos:

Cuenta don Lope que, en el año de 1424, los genoveses asaltaron en costas de Portugal a Martín Sánchez de Arbolancha, hidalgo de Bilbao, que andaba de armada con una nao y un ballenero. Tras tomar sus naves, encadenados todos los prisioneros, los genoveses arrojaron al mar al de Arbolancha y toda su gente: más de trescientos hombres se hundieron en el mar.

Estos datos nos demuestran que, si la empresa lo requería, los caballeros vizcaínos eran perfectamente capaces de acciones militares de envergadura en mar abierto o en costas lejanas. Pero incluso estas habían de someterse al honor del linaje. Ocho años más tarde, Martín de Arbolancha, hijo del nombrado Martín Sánchez, se encontró en Sevilla con Luquitio, el capitán de la flota genovesa que asesinó a su padre. El bilbaíno vengó a puñaladas la felonía del genovés en las mismas escaleras de Santa María de Sevilla.

martes, 8 de junio de 2010

La artillería medieval en Vizcaya

Fueron los árabes quienes por primera vez emplearon la artillería en una acción bélica en Europa (dicen que en el asalto a Orihuela, allá por 1331).
Al inicio, eran armas muy toscas que, por la debilidad de sus ánimas (el cañón propiamente dicho), no podían disparar proyectiles excesivamente pesados, de manera que se utilizaban más por el efecto desmoralizador de sus estampidos que por el daño real que podían causar sobre el enemigo, pero no tardó en ser empleada para barrer con metralla a los defensores de las fortificaciones sitiadas. Con los años, fue perfeccionándose su diseño hasta conseguir mejores armas, capaces de lanzar pesadas bolas de piedra con la fuerza suficiente como para dañar murallas y torres. Es en este momento cuando podemos decir que nació la artillería propiamente dicha.

Durante toda la edad media, la artillería estuvo compuesta casi exclusivamente por las bombardas, a las que también llamaron lombardas. Aquellos cañones primitivos estaban formados en sus inicios por un caño formado por varias tiras de hierro trabajadas como las duelas de un barril, pero no curvas, sino rectas. Las piezas se sujetaban entre sí mediante aros del mismo metal provistos de argollas. Estos cañones de duelas se sustituyeron poco más adelante por una serie de tubos de fundición, mucho más caros y complicados de fabricar, pero que resultaban más resistentes y prácticos. En ambos casos se disponía, en el extremo opuesto a la boca, un recipiente -también de hierro y con argollas- donde se retacaba la pólvora con una madera. Los servidores, utilizando gruesas cuerdas, ataban bien firme el cañón al mascle (se llamaba así al depósito de la pólvora) y luego todo el conjunto al montaje, que era el soporte de madera del cañón propiamente dicho. Una vez todo bien asegurado, se aplicaba una llama al oído (un hueco que comunicaba el exterior con la pólvora contenida en el mascle) y la explosión disparaba el bolaño hacia su objetivo. Tras disparar el ingenio, los artilleros debían desanudar las diferentes secciones del ánima del mascle, y luego todo el conjunto del montaje, corregir mediante cuñas el ángulo de disparo en el caso de necesitarlo, repetir toda la operación de carga, y volver a fijar la bombarda al soporte antes de poder repetir el disparo. Todas estas operaciones les llevaban a los primeros artilleros más de dos horas, por lo que no les era posible efectuar más de 10 ó 12 disparos al día con cada pieza.

Sus proyectiles más habituales eran los bolaños, esferas de piedra que cualquier picapedrero podía realizar a bajo costo, pero también se lanzaban bolas de hierro, que a veces calentaban hasta el rojo vivo antes de dispararlas. En ocasiones, también se empleaban las bombardas para lanzar contra el enemigo bodoques (esferas de barro endurecido) que servían como metralla, así como trozos de metal, cascotes, piedras o cualquier otra “munición” que tuvieran a mano.
Una bombarda podía disparar con fuerza devastadora proyectiles de entre 5 y 25 kg. de peso, aunque en Europa llegaron a construirse piezas con calibres de más de medio metro de diámetro capaces de lanzar bolas de hierro de 250 kg. Estas armas disparaban en tiro tenso (directo, en línea recta hacia el enemigo) y en tierras vizcaínas fueron utilizadas principalmente en asedios a torres o villas. Su función era derribar paredes, puertas y murallas, a la vez que quebrar el ánimo de los sitiados.

Lope de Salazar, en sus Bienandanzas e fortunas, nos deja ver que la lombarda era un arma habitual, cara y muy preciada entre las familias más poderosas. Son múltiples las referencias al empleo de estos artilugios, lo que nos demuestra que su uso estaba generalizado en los asedios. Vamos con unos pocos ejemplos: Se emplearon varias lombardas mayores y menores en la guerra de Elorrio. Pero de Avendaño utilizó una bombarda cuando puso cerco a la torre del alcalde de Zugasti. Durante el asalto a Basokoetxea (la casa matriz de los Basurto) los bilbaínos, coaligados con varias de las familias más poderosas del momento, emplearon una bombarda para vencer las defensas de la torre. En el asedio a Munguía, Gómez de Butrón empleó dos o tres lombardas para hostigar a los sitiados, que no podían hacer otra cosa que lamentarse ante la devastación del fuego de artillería.
También explica cómo los hombres del concejo de Bilbao inutilizaron una de las bombardas del de Basurto reventándoles dos de sus anillos a golpes y cómo eran preciado botín cuando conseguían tomárselas al enemigo tras cruentos enfrentamientos.
Por lo que nos cuenta, eran bien apreciadas las bombardas de Santander (Juan Alonso de Múxica, llevó al asedio de Elorrio "la lombarda de Santander, que era mucho buena e grande”), así como las fabricadas en Plasencia, donde llevaban a reparar las dañadas en acciones de guerra.

Para terminar con este humilde tratado sobre la artillería de nuestros banderizos, solamente nombrar al mortero o pedrero: arma de tiro curvo -las que se disparan hacia arriba para que el proyectil caiga desde lo alto sobre casas y personas- similar a las bombardas, pero con el ánima en forma de cono, más ancha en la boca de disparo que en la zona cercana al mascle, y al falconete, una pieza ligera, montada las más de las veces sobre un soporte giratorio y que tenía en la parte posterior de su boca de fuego un marco para sostener la alcuza (el depósito de la pólvora).

Bueno, como esto es ya suficientemente largo, dejaré para un próximo artículo el comentar algo sobre las acciones navales de los caballeros vizcaínos.

Besamanos a Fernando V por los vizcainos en 1476

Besamanos a Fernando V por los vizcainos en 1476
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Bilbao en el siglo XV

Bilbao en el siglo XV
Así se supone que podía ser Bilbao a finales de la Edad Media

Casa torre de Etxaburu (fotografía de Txemi Ciria Uriarte)

Casa torre de Etxaburu (fotografía de Txemi Ciria Uriarte)
La casa, origen del linaje, razón de ser de los bandos

Espada de mano y media, también llamada espada bastarda - 1416

Espada de mano y media, también llamada espada bastarda - 1416
Armas de lujo para los privilegiados de la tierra

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