Al hilo de una conversación con un buen amigo y apasionado de esos años lejanos a los que llamaron medioevo, trataré de exponer unos trazos gruesos sobre la ropa masculina en la baja edad media (entre los siglos XV y XVI, más o menos) y si alguien se muestra muy interesado en el tema, podríamos ampliarlo en otros artículos.
El caballero medieval siempre vestiría bragas y camisa o bragas y camisón, que era simplemente una camisa más larga (antes de continuar, una curiosidad: los hombres que vestían a la moda usaban unas bragas diminutas y muy ceñidas, mientras el resto de los mortales se cubrían las partes pudendas con prendas algo más holgadas y largas que podían cubrir parcialmente el muslo).
Sobre estas prendas interiores, nuestro caballero vestiría jubón y calzas (en el siglo XVI, de un tipo en calzas y jubón se decía que estaba desnudo, lo que hoy en día lleva a errores en la interpretación de algunos pasajes en las crónicas). Por aquél tiempo era de moda llevar estas prendas tan ajustadas que se decía de algunos que, por tratar de ser modernos, vestían tan apretados que no podían ni respirar si se sentaban.
Sobre el jubón, un caballero podía vestir sayo largo si era hombre maduro o sayo corto que dejaba a la vista las calzas si era joven o iba armado. El sayo de cabalgar disponía de unos cortes en la falda para que no resultara incómodo al montar el caballo. De un caballero vestido con bragas, camisa, jubón, calzas y sayo, se decía que iba "a cuerpo", como hoy en día decimos de quien viste pantalón y camisa.
Si deseaba algo más formal, podía sustituir el sayo (que era una prenda más o menos ceñida) por una prenda más holgada, como la ropa o el ropón. Trajes holgados, que se ajustaban al cuerpo con el cinturón y podían estar abiertos de arriba abajo.
Sobre el sayo o la ropa podría colocarse un zamarro (prenda de más abrigo que solía estar forrada de piel de cordero) o llevar un colorido balandrán forrado de seda y brocados.
Sobre las prendas anteriores podría vestir un paletoque (una especie de poncho compuesto por dos piezas unidas en los hombros, una sobre la espalda y otra sobre el pecho) o, si marchaba armado, una jornea (un paletoque corto que permitía asir las armas sin impedimentos).
Y todavía podría cubrir todo esto con un capuz o un tabardo o loba para salir a la calle o asistir a una recepción formal, aunque para viajar solían preferir el gabán, el manto y la capa.
No debemos olvidar que los caballeros y damas más modernas solían imitar las costumbres foráneas, incluidas las de sus vecinos del sur, y era habitual que vistieran "al estilo morisco". Entonces sustituían el sayo por un quizote (una prenda larga y suelta de lienzo u holanda, con la delantera y los bajos labrados) y colocaban sobre éste un sayo de brocado. Cuentan que el rey Fernando, en su encuentro con la reina Isabel en Ilora, se presentó vistiendo un jubón de demesín a pelo y un quizote de seda rasa amarillo, y encima un sayo de brocado, y unas corazas de brocado vestidas y toca y sombrero. Es decir, iba "a cuerpo" y vestido a la moda morisca.
Para cubrir la cabeza disponían de innumerables prendas: cofias, gorras, bonetes, galotas, carmeñolas... sin olvidarnos de las tocas que, a modo de turbantes, se ponían los caballeros "a la moda" para acompañar los bonetes y sombreros.
También utilizaban diferentes calzados. Los que podríamos llamar propiamente zapatos, que solo cubrían el pie. Los de caña alta, que cubrían parte de las piernas como botas y borceguíes. Y los que no llevaban talón y se solían calzar por encima de los zapatos o los borceguíes, como eran las galochas, pantufos, alcorques y chinelas.
Solo me queda recordar que por aquellas épocas no existían las mallas ni la licra y los caballeros se empeñaban en vestir y calzar lo más ajustado posible. Imaginad lo engorroso que había de resultar vestir unas calzas de lienzo, paño o estameña y, en muchos casos, forradas con tela o cañamazo para aumentar el volumen de las piernas y darles rigidez, porque, para estar a la moda, debían presentarse sin una sola arruga y ceñidas como mallas de bailarín. Lo mismo que debían sufrir para calzarse unos borceguíes, altos hasta las rodillas, fabricados de buen cuero (por flexible que este sea). En un pasaje del libro de la cámara del príncipe don Juan, cuentan que "al tiempo que el príncipe le calzaban los borceguíes, se hincaban de rodillas, a los lados de la silla en la que su alteza estaba sentado, dos mozos de cámara para que no cayera hacia atrás por el estibar del zapatero.
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