En combate es imprescindible mantener el orden, saber cuando avanzar o replegarse y hacia donde moverse. Además, en el fragor de la batalla, rodeado de polvo, gritos y acero, resulta difícil -cuando no imposible- distinguir amigos de enemigos. Para solventar todos estos problemas, se crearon las enseñas y estandartes que con el tiempo dieron lugar a los escudos de armas. Cada combatiente buscó un signo distintivo con el que adornar sus pendones. Signos y colores que también estampaban en sus cascos y escudos de batalla con el fin de ser reconocidos, agrupar sus gentes y atemorizar al enemigo.
Lógicamente, en su inicio se buscó lo más obvio, quien se llamaba Lope (de Lupo, lobo en latín) dibujó lobos en su enseña, quien Gastelu (castillo en euskera), un castillo sobre los colores de sus pendones. Algo tan práctico -a la vez que vistoso- no tardó en generalizarse y volverse costumbre y pronto se transformaron estos dibujos en símbolo de las cualidades de quien los portaba o indicadores de los privilegios y distinciones que el rey o señor les había concedido. Se asimiló el escudo con la nobleza y nació así el escudo de armas, que no pertenece al apellido. Es un distintivo que se gana o concede a un linaje determinado, es la enseña característica de una rama del apellido con entidad propia. No es el apellido quien ostenta escudo, sino el linaje quien lo gana.
Como bien nos recuerda José, el rey concedió a Lope García de Salazar, y por ende a su linaje, el cambiar el escudo original de la familia y tomar como propias las estrellas robadas al gigante moro, para recordar así semejante hazaña a sus descendientes y a todos aquellos que pretendieran enfrentarse a él o su linaje en el futuro (la estrella es distintivo del héroe y Lope se pidió trece).
El llevar escudo adornado fue privilegio de nobleza y el derecho a portarlo había de ser ganado en batalla o en servicios a su señor. Se asignó a cada color o silueta una cualidad moral (la más representativa de aquellas que adornaban a su portador) y se complementaron con las figuras de honor que el rey de turno concedía a sus vasallos más destacados.
Tomemos como ejemplo el escudo del señor de Vizcaya, López de Haro:
(Recordemos que fue apodado el malo por su presunto mal comportamiento en Alarcos, donde faltó a la palabra dada por salvar el cuero a su rey, y cambió su sobrenombre por “el Bueno” en las Navas, donde despreció el botín y los honores pese a comandar la primera línea de combate).
Su escudo era blanco, color que simbolizaba la integridad y la obediencia, sobre él aparecían representados dos lobos -recordando el origen del linaje- de color negro (sable) símbolo de la entrega y la modestia. Tras la demostración de fiereza realizada en la batalla de las Navas, aparecieron en las fauces de los lobos sendos corderos -simbolo del caballero sacrificado y noble- ensangrentados. Este escudo original, por su participación en la toma de Baeza, se orló en gules (rojo) color de la sangre, para indicar su arrojo y fiereza en el combate, y se adornó la orla con las ocho aspas doradas que habían de reflejar la riqueza y esplendor que la toma de esta ciudad significó para quienes tomaron parte en el asalto.
Para los más interesados, aquí pueden encontrar una sencilla y práctica explicación del significado de cada color y figura heráldica. Y para terminar, y como curiosidad, es divertido comprobar en el cuadro del besamanos al rey Fernando -en esta misma página, abajo- cuales eran los colores y símbolos más utilizados por los juantxos vizcaínos de la época.