En el año del señor de 1468, hubo mucha guerra y contienda en tierras de Durango entre los de Zaldíbar y los de Durango…
Así comienza la narración que de la batalla de Elorrio hizo nuestro bien amado Lope García de Salazar.
A lo que parece, Pedro Ruiz de Ibarra, que vivía cerca de Elorrio, aliado y cliente hasta ese momento de los de Durango, decidió cambiar de Mayor y pasar al bando de los de Zaldíbar por razones que no vienen a cuento. Esto desequilibró las fuerzas existentes hasta entonces en la zona y provocó nuevos y más virulentos enfrentamientos entre los linajes que se disputaban en control de este valle, estratégico paso a tierras guipuzcoanas y la joven y amurallada villa de Elorrio.
Tras muchos duelos y provocaciones por ambas partes, pidieron ayuda los de Zaldibar a su mayor, Juan Alonso de Múxica ante lo que los vecinos de Elorrio solicitaron el apoyo de Pero de Avendaño. El señor de Avendaño contestó enviando un ejército de 150 hombres de a caballo suministrados por Juan de Bribiesca, Sancho y Luis de Velasco y los condes de Salinas y Haro. Les acompañaba Juan de Avendaño, hijo de Pero y se aposentaron en la villa de Elorrio mientras su padre se instalaba en la vecina Durango, sus tierras vasallas. Se juntaban así en Elorrio 1200 hombres de los de Avendaño sin contar los 150 de a caballo aportados por los castellanos, más diferentes piezas de artillería propiedad del de Avendaño. Respaldado por semejante fuerza, colocó sus lombardas frente a la casa del de Ibarra la atacó sin que sus defensores, unos 150 hombres de los de Ibarra y Zaldibar, allí encerrados, pudieran hacer otra cosa sino sufrir el bombardeo tratando de evitar que la tomaran antes de que les vinieran refuerzos.
El auxilio no tardaría en llegar. Juan Alonso de Múxica no podía permitir que agredieran a sus clientes y servidores sin ofrecer respuesta adecuada, de manera que envió en su socorro a Juan de Laiba, su primo, con 60 caballeros a los que acompañaban 300 mercenarios contratados a sueldo a su señor el marqués de Santillana. (Aquí, se muestra ofendido el narrador explicando que fueron estos los primeros caballeros ajenos al señorío que entraron a tierras de Vizcaya desde que existiera memoria, lo que sucedió para desgracia de esta tierra como luego cuenta)
El caso es que estando el de Ibarra en semejante aprieto, Llegó el de Muxica con todos sus parientes de Butrón y Múxica, junto a la totalidad de los escuderos de Arteaga. Pese a las recomendaciones y maldiciones de su padre, les acompañaban los hijos de Lope García de Salazar y Juan de Salazar Vorte, tío suyo, con 300 hombres escogidos de su solar. Se reunieron así un total de 4.000 hombre fuertemente armados y 80 caballeros, 10 de ellos aportados por los de Zárate que marcharon en derechura hasta la villa a la que atacaron con fiereza respaldados por la formidable bombarda de Santander (mucho buena y grande, en palabras de Lope) que hasta allí llevó el de Múxica sin hacer caso a la peticiones de clemencia que les hizo el corregidor Juan García de Santo Domingo y por tres veces atacaron las puertas y otras tantas fueron rechazados por las salidas de los sitiados.
En esta situación se encontraban cuando los hijos de Lope García de Salazar ,con 600 hombres de los de Butrón, comenzaron a levantar sus reales y asentar las bombardas que traían para hostigar las murallas de la villa. No se sabe si por traición, por un error de apreciación, o por decisión divina, cuantos hombres se encontraban tras las líneas de los de Salazar arrojaron sus paveses al suelo y comenzaron una retirada a la carrera sin que nadie les atacara.
Al ver la huida del cuerpo central del enemigo, quienes se guarecían en el interior de la villa salieron en masa, a caballo y a pie, para dar contra quienes instalaban el campamento y montaban las bombardas que seguían con sus labores ignorantes de la desbandada del grueso de su ejército. Todos hombres fieros y acostumbrados a la guerra, recibieron a sus enemigo a pie firme, pero nada pudieran hacer contra la masa enemiga. Murieron allí, en el primer choque, empuñando sus armas, Gonzalo de Salazar, Ochoa Abad y Fortún Gómez , Juan y Ochoa de Butrón.
Cuando Gonzalo de Salazar, hijo del cronista, se vio herido en la cara por una lanza y rodeado de enemigos, golpeó con su espada en el cuello al caballo de Juan de Avendaño decapitándolo de un solo golpe. Se acercó entonces al jinete derribado y, alzándole la cabeza cubierta por el yelmo, le dio tal golpe sobre la visera que lo mató en el acto. Fue su último acto antes de caer él mismo a tierra por los golpes en la cabeza y las piernas que le dieron los acompañantes del de Avendaño hasta matarlo.
Tras la batalla, fueron hechos prisioneros Juan de Salazar, al que no pudieron reducir antes de sufrir siete graves heridas y Ochoa de Salazar, hijos ambos del cronista. A este Ochoa lo mataron a la puerta de la villa dos hombres por mandato explícito de Juan de Avendaño.
Quienes no murieron en el primer ataque, debieron de huir cuesta arriba, equipados con todas sus armas e impedimentas. Y debió aquél ser un día caluroso o la persecución bien enconada, por que nos cuenta Lope como, tras el primer ataque, murió asfixiado Fernando de Salazar, que huía herido como otros muchos que fueron cayendo muertos del esfuerzo o en manos de los de Elorrio que los perseguían rematando a los hombres que encontraban extenuados para desnudarlos luego de todas sus pertenencias hasta dejarlos en paños menores. La batalla terminó con el asalto a la casa de Ibarra, su toma y posterior saqueo de armas enseres y bombardas.
Según el cronista, en la batalla de Elorrio murieron, junto a sus tres hijos, varios miles de hombres de los solares de Salazar, Butrón y Múxica.