Vamos a comenzar una serie de anécdotas que espero sirvan para ilustrar el mundo en el que se desenvolvían aquellos hidalgos banderizos. Una forma de vida dura y violenta en la que la propia supervivencia estaba estrechamente ligada al honor y la familia, donde nadie podía confiar en nadie y en la que cada día deparaba nuevos enfrentamientos. Una sociedad que, aunque a algunos les disguste aceptarlo, no era diferente -salvo las lógicas variaciones locales- en sus formas y valores a la que regía en el resto de Hispania y, por extensión, prácticamente idéntica al del resto del mundo occidental.
Sin más preámbulos comenzamos con La sal de Ibargoen:
Las familias de Zaldibar e Ibargoen habían estado enfrentadas desde siempre. Durante más de un siglo, los integrantes de ambas familias se habían ido matando unos a otros, sin que nadie pudiera poner fin a esta matanza. Al fin un día, en el año de nuestro señor de 1330, tras largo tiempo de disputas y muertes, pareció que se habían cansado de acuchillarse unos a otros y se ofrecieron -y aceptaron- treguas entre los dos apellidos. Al poco, como demostración de buena voluntad, los escuderos de Ibargoen invitaron a comer en la torre de su linaje a Juan Ruiz de Zaldibar, heredero de su apellido, y este aceptó la invitación feliz de que se hubiera alcanzado la paz entre las dos familias. En todo caso, confiado, pero no demasiado, acudió al convite escoltado por 15 de sus hombres. Sin excesivas precauciones, se sentaron todos a la mesa y comenzó el festín. Ya bien bebidos, llegó el asado. El de Zaldibar le hincó el diente y pareciéndole que se encontraba muy soso pidió en voz alta que le sirvieran sal. Al oír su petición, surgieron de una cámara contigua 50 hombres armados de los Ibargoen que permanecían allí escondidos.
Los Zaldibar eran solo 15 y no esperan tal encerrona. No pudieron hacer nada por defenderse y los de Ibargoen pasaron a cuchillo al nombrado Juan Ruiz de Zaldibar y a cuantos le acompañaban.
Así, desde entonces, quedó por refrán que quando alguno pide sal, que dizen "no sea de la de Ibargoen".
Los Zaldibar eran solo 15 y no esperan tal encerrona. No pudieron hacer nada por defenderse y los de Ibargoen pasaron a cuchillo al nombrado Juan Ruiz de Zaldibar y a cuantos le acompañaban.
Así, desde entonces, quedó por refrán que quando alguno pide sal, que dizen "no sea de la de Ibargoen".
Nota: La imagen que ilustra este artículo, la torre de Ibarguen, ha sido extraida de la web del ayuntamiento de Gordexola, www.gordexola.net