Bien, como había prometido,
continuaremos con el desarrollo de la batalla de Jersey.
Habíamos dejado a los castellanos formados en una primera
línea de dos alas formadas por paveseros, tras la que se resguardaban lanceros,
arqueros ballesteros y demás gente “mal armada” (es decir, todos
aquellos que no estaban guarnecidos con vestimentas protectoras, equipación de
la que solamente disfrutaban los hombres de armas). Para poder interpretar y
trasmitir las órdenes del capitán, Pero Niño colocó uno de sus hombres de armas
entre ellos.
Tras esta primera haz de gente ligera protegida por el muro
de madera y cuero que formaban los paveses, a la prudencial distancia de treinta o cuarenta
pasos (entre 42 y 56 metros, es
decir, fuera del alcance mortal de los arcos largos ingleses, que a esa
distancia tan solo podían tratar de herirlos en tiro curvo, inútil para gente
bien protegida) dispuso su batalla de hombre de armas, perfectamente equipados
de armas ofensivas y defensivas. Disponía aquí Pero Niño de unos mil hombres de armas entre castellanos,
bretones y normandos.
Lo ingleses enfrentaban su batalla con unos tres mil hombres
a pie, mil de ellos hombres de armas, más doscientos de a caballo, que se
acercaron por el lado del mar.
Cargó primero la caballería inglesa, tratando de tomar las
espaldas de las líneas franco-castellanas, pero las defensas dispuestas y la
gente bien ordenada les obligaron a retroceder sin que pudieran alcanzar su
objetivo. Avanzaron entonces los ingleses y el capitán castellano ordenó a su vez tocar avance a las trompetas, y a la señal, se adelantaron sus haces a paso quedo sin perder la formación cerrada. Solo avanzaron unos pocos pasos, los suficientes para que
sus gentes no esperaran quietos el avance de los ingleses, pero sin cargar contra el enemigo, esperando que fueran ellos quienes cargaran
contra las filas castellanas.
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Efectivamente, al iniciar el avance los castellanos, los ingleses rompieron en ataque y cargaron todos, a
pie y a caballo contra las pavesadas, salvo los mil hombres de armas que
avanzaron paso a paso y sin romper sus líneas.
Recibieron los castellanos a la caballería y a la infantería
ligera enemiga con piedras, dardos, saetas y
flechas que causaron estragos entre las filas de soldados mal
protegidos. A quienes alcanzaban los paveses los rechazaban los pillastres, con
sus pilas o lanzas pesadas y tan férrea fue la defensa castellana y tan ordenadas
estaban las filas, que les fue imposible superarlas y hubieron finalmente de
retirarse.
Entre tanto, llegaron al lugar la infantería pesada inglesa y,
como los pavesados, ballesteros y demás gente ligera de Pero Niño habían salido
en persecución de los ingleses que huían, atravesaron las filas desordenadas.
Solo entonces avanzó el capitán castellano su batalla para encontrarse con ellos.
Fue recio el encuentro. Se encontraron con las lanzas y
cayeron gran número de gentes y aún a los caídos lanceaban. Rotas las lanzas, y
acortadas las distancias, echaron mano entonces los hombres a sus armas de mano
para atacar con hachas y espadas en una melé de hierro y muerte.
Pronto, de tan violenta que era la lucha, se vio a hombres agotados desprenderse de
bacinetes,
brazales y
musequíes para poder seguir
luchando. Y aún había a quienes, ya sin fuerzas, se les caían las hachas de sus manos
y atacaban entonces al enemigo con las dagas e incluso con las manos desnudas, empeñados en derribar a sus adversarios.
Caían unos y otros se alzaban, mientras por todas partes se
veían gentes corriendo y luchando. En palabras del cronista, tan dura era la
pelea que al mejor luchador que entonces hubiera le costaría asaz trabajo en
combatir en ella. Y tan buenos eran los hombres de ambas partes y tanta voluntad ponían en a
lucha, que de no ser por el ardid que Pero Niño urdió, en poco más de una hora
acabaran todos muertos.
Pero el capitán castellano se había fijado que tras las líneas inglesas ondeaba un pendón
blanco con la cruz de san Jorge. La bandera de los ingleses, que se mantenía
enhiesta pese a que la mayor parte de los estandartes habían sido derribados.
Llamó entonces al caballero Etor de Pombrianes y a los
normandos que le guardaban, juntó además a cuantos hombres de armas pudo
entre el fragor de la lucha, y con unos cincuenta hombres rodeó las filas en
combate y con gran esfuerzo, alcanzaron la posición donde estaba el pendón
inglés.
Se enfrentaron en dura pelea, pues allí se encontraba lo más granado
de ambos ejércitos, hasta que cayó muerto el capitán inglés, a quien llamaban Receveur.
Aquí el cronista, alférez -o lo que es lo mismo, portador de
la bandera- de Pero Niño, especifica que él mismo lo vio muerto a sus pies. Indicando
que: Y de todo esto puede dar fe el que tenía la bandera del capitán.
Para continuar luego narrando que tantos fueron los caídos entre quienes defendían la
enseña inglesa que los castellanos no podían seguir avanzando, pero al fin consiguieron
alcanzar el pendón y derribarlo.
Cuando los ingleses dejaron de ver el pendón de su capitán,
sin nadie que les trasmitiera las órdenes y sin saber si había podido el
enemigo rodearles, se dieron a la fuga cada uno por su lado.
Alcanzada la victoria, el capitán castellano se encontró
dueño del campo de batalla pero con la mitad de su ejército -galeotes,
ballesteros, pillartes y demás gentes que habían formado el primer haz de la
batalla- derramados por las tierras vecinas tras el enemigo. De manera que ordenó
a su alférez que mantuviese la posición con sus tropas hasta que él, junto a
otros caballeros, recogieran al
resto de sus tropas.
Tardaron en agruparlas más de dos horas y hubo de permanecer el haz del alférez firme en su posición hasta que el resto de las gentes no
estuvieron en los navíos.
Solo entonces tornaron a sus posiciones en la isla pequeña
al lugar donde había ordenado montar su
campamento y donde al fin pudieron descansar, comer quienes quisieron y curar a sus heridos.
Entre otros muchos detalles, en este relato se puede
apreciar la importancia que el alférez tenía en el ejército medieval. No olvidemos
que había de ser hombre de la máxima confianza del capitán y la persona más
fiable a la hora de narrar cada acto de la batalla, pues estaba obligado a mantenerse
junto a él, atento a trasmitir sus órdenes a las demás banderas, a comunicar a
su señor los movimientos de sus tropas, vigilar las maniobras del contrario y
defender su pendón del enemigo.