Juan García, el protagonista de Tierra amarga, es un segundón del apellido Basondo. En estas tierras -y en otras muchas- durante la edad media existía lo que se ha dado en llamar mayorazgo, un sistema hereditario que impedía el desmembramiento de la herencia y la desaparición del patrimonio familiar: Todas las tierras, posesiones y bienes del apellido, pasaban de manera íntegra al primogénito, solo en contadas excepciones alguno de los otros hijos recibía algo del patrimonio familiar. Al resto, los segundones, solo les quedaban dos opciones: o permanecían en la casa al servicio de su hermano mayor, o pasaban a engrosar las filas del ejército o el clero.
Aunque para los que decidían dejar la casa de sus mayores siempre quedaba una puerta abierta. No era exacto el que todo se quedara en manos del hermano mayor. El resto heredaban tres posesiones un tanto particulares: se les dejaba en posesión de una teja de la casa, un palmo de tierra en la mejor finca de la familia y un dinero.
De esta forma particular se le garantizaba de por vida la entrada a la casa de los mayores, nadie podía negarles el derecho a cobijarse bajo su teja; siempre tendrían acceso a las tierras de la familia, puesto que podrían visitar su palmo de terreno cuando les viniera en gana; y siempre tendrían caudal, al menos un dinero, para poder comprar un chusco de pan.
Escasas propiedades con las que se encontró al volver a casa Juan García de Basondo, y que en poco ayudaron a mejorar la imagen que tenía de su familia. Pero hemos de reconocer que era mucho más de lo que disponía la mayoría de la gente que habitaba entonces en esta amada tierra amarga.
Aunque para los que decidían dejar la casa de sus mayores siempre quedaba una puerta abierta. No era exacto el que todo se quedara en manos del hermano mayor. El resto heredaban tres posesiones un tanto particulares: se les dejaba en posesión de una teja de la casa, un palmo de tierra en la mejor finca de la familia y un dinero.
De esta forma particular se le garantizaba de por vida la entrada a la casa de los mayores, nadie podía negarles el derecho a cobijarse bajo su teja; siempre tendrían acceso a las tierras de la familia, puesto que podrían visitar su palmo de terreno cuando les viniera en gana; y siempre tendrían caudal, al menos un dinero, para poder comprar un chusco de pan.
Escasas propiedades con las que se encontró al volver a casa Juan García de Basondo, y que en poco ayudaron a mejorar la imagen que tenía de su familia. Pero hemos de reconocer que era mucho más de lo que disponía la mayoría de la gente que habitaba entonces en esta amada tierra amarga.