Con algo de retraso, trataré de desenmascarar algunas de las leyendas tejidas en torno a la edad media y sus guerras y empezaré por tratar de describir el sistema de vida en la España medieval (Hispania para los puristas).
Existían entonces en la península dos grandes sistemas económicos, dos modos de vida claramente diferenciados que comportaban diferentes modos de gobierno y por lo tanto diferentes conceptos de la guerra y el ejército. Por un lado estaba el mundo musulmán, regido por un monarca todopoderoso que controlaba los medios de producción y comercio, y sobre el que recaía toda la responsabilidad militar y religiosa. Desde la llegada al poder de los almohades, la Yihad dejaba de ser una obligación de todo creyente para pasar a ser responsabilidad exclusiva del califa, representante del profeta en la tierra y encargado de cumplir sus enseñanzas. Por otro lado, el territorio que ocupaban, a más de poder disponer de los bienes y mercancías que el imperio conseguía en tierras africanas, englobaba las fecundas tierras de al-Andalus, Murcia y el Levante, capaces de mantener sin problemas a toda su población, y permitir a un amplio sector poblacional dedicarse exclusivamente a la producción de bienes, dentro de una economía basada en la agricultura y el comercio, dos fuentes generosas de riqueza. En contraposición a este mundo, se encontraban los reinos cristianos. De extensión reducida, con tierras de producción no tan diversificada y mucho menos productivas que las musulmanas y con una estructura social perfectamente estructurada, pero no tan autocrática como la islámica, donde el rey debía ajustar sus pretensiones a una nobleza fuerte y bien armada.
La sociedad cristiana medieval tenía tres fuentes principales de ingresos: la agricultura (principalmente cereal), la ganadería lanar y la guerra. Un hacendado cristiano empleaba medio año en sembrar y recoger sus cosechas, de esta manera, una vez realizada la siega y vendimia, disponía de unos pocos meses para dedicarse a su segunda actividad profesional, la guerra. Equipaba a su cargo cuantos hombres de armas podía y salía de algarada sobre los reinos vecinos -fueran éstos moros o cristianos- para conseguir efectivo. Considerada la guerra como una actividad puramente económica, sus ingresos complementaban los conseguidos de la tierra y el ganado. Además, servía para disminuir los recursos del enemigo y despoblaba zonas productivas que podían ser ocupadas por mano de obra propia. De esta manera se iba ganando, lentamente, tierras al contrario. Tampoco debemos olvidar que el entablar una batalla campal suponía jugarse el futuro (y la vida) a una sola carta, y ningún profesional que se precie está dispuesto a hacerlo, salvo que no tenga otro remedio, o la posible ganancia sea tan grande que merezca la pena asumir semejante riesgo.
Esta es la razón primera por la que la mal llamada reconquista ocupara un lapso tan largo de tiempo, nadie tenía capacidad ni población para anexionarse de repente una extensión demasiado grande de tierras. Un noble, o un rey, no disponía de miles de hombres armados y solo en muy contadas ocasiones excepcionales podían llegar a alcanzarse semejantes contingentes. No podemos olvidar que hablamos de una época sin carreteras asfaltadas, ni grandes núcleos de población, sin saneamientos ni otros medios de transporte que los animales. Para imaginar un ejército medieval en movimiento y las limitaciones con las que se encontraría, un solo dato: un caballo de batalla, a más del heno o la hierba que pueda comer en el campo, necesita del orden de unos 3 kg. de grano y 20 litros de agua diarios, también las acémilas que han de transportar el pienso y la impedimenta han de beber y comer. Los hombres también comen (y todos, hombres y bestias, descomen) imaginad ahora el desplazar los miles de hombres que nos cuentan las crónicas marchar durante cientos de kilómetros campo a través hacia la batalla. Resulta algo tan costoso en tiempo, dinero y dedicación que solo se podría realizar en contadísimas excepciones. Por el contrario, cinco, diez, o cincuenta soldados bien armados eran perfectamente capaces de recorrer largas distancias, atacar al enemigo descuidado y volver a casa cargados de botín. Muy pocos pueblos (y no tantas ciudades) de hoy en día serían capaces de enfrentarse a un cuerpo de operaciones especiales del ejército que les atacara de improviso, imaginemos el efecto que treinta hombres armados de pies a cabeza podrían ejercer en los campesinos desarmados que se encontraran con ellos a las puertas de su aldea.
Un solo ejemplo: Toledo nunca fue conquistada en batalla abierta, sino que, agostados sus campos por el enemigo y desplazados sus campesinos por la inseguridad en sus tierras, arruinada su economía, cambió de manos sin necesidad de asaltar sus murallas.
Una vez aclarado que las batallas medievales fueron la excepción y no la regla durante toda la edad media, hablaremos en un próximo capítulo de cómo se disponían los ejércitos medievales en el campo de batalla y sus tácticas militares.
3 comentarios:
Hola, Iñaki.
Primeramente, felicidades por tu blog: ya es un logro llevar tanto tiempo manteniendo un blog en activo. Y, más difícil, si es interesante.
Sé que este no es el sitio pero he estado buscando tu correo, Iñaki, para poder hablar contigo en privado y no lo he encontrado.
Estoy muy interesado en la Lucha de Bandos, y me encantaría que me pudieras guiar en este tema tan complejo.
Si te viene a bien, deja un mensaje en esta entrada de tu blog con tu correo y te escribiré. O te dejaré mi dirección, si lo prefieres.
Gracias.
Damián.
Damián:
Gracias a tí por tus palabras y por seguir este blog.A fin de cuentas, no tendría ningún sentido el escribir en él si nadie se tomase la molestia de leerlo.
Repito: gracias por tus palabras y por caminar junto a nosotros por esta Tierra Amarga.
Si quieres, puedes escribir aquí mismo poniendo tu dirección (el comentario no aparecerá publicado)y te responderé desde mi dirección particular. Aunque es mejor que no esperes demasiado de mis torpes explicaciones. Casi seguro que, si he de ser yo quien te guíe, acabemos los dos perdidos. ;-)
Un abrazo.
De nuevo un magnífico artículo que, en este caso, para desazón de los historiadores películeros y en honor a la verdad, muestra la auténtica cara de las guerras medievales. Esperamos como agua de mayo la segunda parte de este artículo.
Un abrazo,
Jose.
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