Casa Torre de Aranguren |
Como hemos comentado en varias ocasiones a lo largo de este
blog, las luchas banderizas fueron básicamente enfrentamientos entre los
diferentes apellidos que se disputaban el poder y los recursos de la tierra. En
la antigua Vizcaya, existía un
determinante añadido, los diferentes regímenes jurídicos existentes entre las
villas y la tierra llana, que añadieron un componente particular a algunos de
estos enfrentamientos. La fundación de
villas fue una herramienta en manos de los monarcas para mermar los recursos de los nobles que se le enfrentaban y
debilitarles.
Aquí trataré de explicar, de manera sucinta, qué era la Tierra Llana y como le afectó la fundación de las Villas
En su origen, tierra llana sería todo el territorio bajo la
jurisdicción del Fuero de Vizcaya. Es decir, en la práctica la totalidad del
señorío, compuesto de anteiglesias agrupadas en Merindades. Territorio
controlado por la nobleza organizada en bandos, con sus parientes mayores, señores
y jauntxos. En la tierra llana toda su población está sujeta al terreno, y este
y quienes lo trabajan se encuentran sometidos al propietario de la tierra, su
señor natural.
Pero en 1199 aparece una nueva ordenación jurídica en
Vizcaya, Lope Sánchez de Mena funda la primera villa en territorio vizcaíno,
Balmaseda, y le otorga el Fuero de Logroño. En este fuero y en las cartas puebla de su fundación se reflejan los
privilegios de quienes habiten en las villas.
La villa, un nucleo poblacional, con un territorio determinado, asignado y garantizado por el señor del lugar, que goza de una serie de privilegios otorgados en su carta puebla. Según el fuero, la población que habita en las villas es, en primer lugar, franca y libre, gozando de autoridad y jurisdicción
independientes del señor.
Limitada en su extensión, sin grandes espacios para
destinar al sector primario (agricultura y ganadería), los villanos dedican sus
esfuerzos al comercio y la producción de bienes lo que lo diferencia en forma
de vida y mentalidad, del mundo rural que lo circunda. La villa depende del
campo para alimentarse, pero genera rápidamente valor añadido sobre los
productos que elabora y permite a los artesanos y comerciantes acumular una
riqueza impensable para el campesino.
Además, las villas se defienden con
gruesas murallas que las rodean y quienes se refugian en su interior están a
salvo de sus anteriores dueños. Estos privilegios atraen a las villas a
campesinos que huyen de sus amos, a comerciantes que se beneficiaran de la
centralización de los mercados locales en las villas a salvo de los bandidos y
las tropelías de la nobleza campesina, a jauntxos dedicados al comercio, la
construcción de naves o a la explotación del hierro, parientes mayores,
artesanos, eruditos, intelectuales y extranjeros, lo que provoca un auge
imparable de las villas. Al darse el fuero, cambia la condición de los
labradores, que dejan de depender del señor y se convierten en hombres libres.
Todo esto trabaja en detrimento de los intereses de los apellidos asentados en la Tierra Llana que
tratarán de detener el florecimiento de las villas utilizando cuantos
instrumentos jurídicos estén a su alcance y, en múltiples ocasiones, con la
fuerza de sus armas.
También es de considerar la importancia de los linajes que
se asientan en las villas. En unos casos es el medio de aumentar los ingresos
de los apellidos menos favorecidos, en otros una posibilidad de medrar para los
segundones y para los grandes linajes la forma de ampliar su fortuna y aumentar
sus influencias controlando el concejo. Además, los vecinos de la villa son
vasallos del señor del territorio, lo que supone su protección sin que en la práctica
dependen de él para otra cosa que no sea abonarle su parte en los beneficios.
Más tarde, cuando el rey de Castilla pasa a ser también señor de Vizcaya, las
villas consiguen escapar definitivamente del poder señorial y alcanzar las más
altas cotas de crecimiento y riqueza.
Para ilustrar los conflictos entre la tierra llana
y las villas, un breve relato de cómo entraron en Vilvao Juan d’Avendaño e Juan López de
Ganboa con él, e las peleas que ovieron con los Butrón:
En el año del señor de mil cuatrocientos once, Juan
de Avendaño, hijo de Martín Ruiz, entró con sus hombres de armas en Bilbao y
cercó a Ochoa Pérez de Arbolantxa en la torre que su apellido tenía en la plaza de la villa. Se sumaron al conflicto los
hombres de Asúa, Susúnaga y Getxo, que lucharon a las puertas de la villa, cayendo numerosos hombres heridos y muertos por ambas partes. Durante el enfrentamiento, a Juan de
Avendaño, una saeta le dio en la gorguera, pero por suerte para él no le
alcanzó de pleno y solamente lo hirió de levedad en el cuello.
Al no poder tomar la torre continuaron los
disturbios por la villa y como Gonzalo Gómez de Butrón, pariente mayor del
linaje, se encontraba en la corte, acudió doña María Alonso -su esposa- al
mando de todo el solar de Butrón y tomó posiciones en la atalaya de Bilbao y en la
rentería. También acudieron en su ayuda Ochoa de Salazar con sus gentes y
Fortún García de Arteaga, yerno de la de Butrón. Para enfrentarse a semejante
ejército, llegó a la villa el abuelo de
Juan de Avendaño, Juan López de Gamboa, pariente mayor del apellido. Todos ellos lucharon y murieron, noches y
días, por las calles de la villa y sus alrededores hasta que volvió de la corte
el señor de Butrón que consiguió que el doctor Gonzalo Moro, corregidor del rey,
que ofreciera treguas del rey a los contendientes y que así estos volvieran por fin a los
solares de donde habían salido.
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