Retomemos
el asunto donde lo habíamos dejado la semana anterior.
Juan de
Abendaño había dejado en evidencia en público al conde don Tello, señor de Vizcaya
por aquél entonces, al conseguir que el caballo del conde saltara por encima de
unos jabalíes que habían soltado en la plaza de Bilbao. Además, había realizado algunos
comentarios no muy afortunados en referencia a la autoridad que pudiera
ostentar para gobernar el señorío alguien que no era capaz ni de hacer que le
obedeciera su propio caballo.
El caso
es que, una vez terminados los festejos con los puercos y un tanto avergonzado
por el espectáculo que había dado a sus súbditos, marchó don Tello a comer
acompañado de todos los asistentes al festejo. Mientras comían y comentaban los
acontecimientos del día, algunos de los presentes comenzaron a señalar que no
eran de recibo las palabras del hidalgo y que ningún señor que se preciara
podría aceptar que uno de sus súbditos dijera eso de él, y menos aún en
presencia de otras gentes. Entre los que
aseguraban al conde “que no era para en el mundo si tales cosas soportaba”, uno de los más empecinados era Pero Ruiz
de Lezama, vecino del de Avendaño.
Realmente que no queda muy claro si Pero
Ruiz insistía tanto en asegurarlo porque realmente consideraba que las palabras
pronunciadas en la plaza de Bilbao ofendían la dignidad de su señor, o porque
su vecino cortejaba demasiado descaradamente a su señora doña Elvira (señora
del de Lezama, claro está), que era muy hermosa y lozana -tanto, que aseguraban
los de su tiempo que no la había igual de bella en toda Vizcaya- y el pobre don
Pero la tenía encerrada en su torre de Lezama rodeada de criados para que no la enamorara el don Juan de Avendaño.
Tanta cizaña sembraron entre unos y otros en el alma del señor de
Vizcaya, que al final consiguieron su objetivo: que el conde don Tello
considerara un grave atentado contra su autoridad y honor las palabras de don
Juan.
|
Imagen de las Cantigas (siglo XIII) donde un justicia, armado con su maza, persigue a unos peregrinos falsamente acusados de robo. |
Así, apenas terminada la comida, dio orden a sus maceros que se
encargaran de que Juan de Avendaño no volviera a dejarle en evidencia delante
de sus caballeros, ni volviera a cuestionar la capacidad del conde para
gobernar el señorío. De manera que, en cuanto terminaron todos de comer, se acercaron disimuladamente al orgulloso
hidalgo y de unos cuantos mazazos acabaron con él. Luego, como público
escarmiento, arrojaron su cadáver por la ventana de palacio -que daba a la
misma plaza donde le avergonzó- para que sus criados se hicieran cargo de los
despojos y los llevaran a su tierra para darle cristiana sepultura.
|
Lictores con sus fasces al hombro. |
La
imagen de Las Cantigas que ilustra este artículo nos muestra como, ya hacia 1280, la maza era un arma habitual para los encargados de ejecutar la justicia en tierras hispanas.
Podemos concluir que nuestros maceros realizaban una función similar a la encargada a los lictores con sus fasces en la época romana, preceder al poderoso como seña de dignidad, protegerle y ejecutar la justicia más inmediata.