En la primitiva sociedad feudal no importaba si quien
trabajaba la tierra y allí vivía era hombre libre o no, si había nacido en esa
tierra o si, capturado en la última razzia, lo habían colocado allí para que la trabajara. El señor
de aquellas tierras, rey, iglesia o noble, había de recibir sus impuestos,
controlar la paz y hacer cumplir la ley.
(No nos escandalicemos por esto que es algo no muy diferente
de lo que ahora ocurre. Hoy en día, más de mil años después, todos debemos pagar,
no diezmos -una parte de cada 10 de lo que se produzca- sino 2’1 partes de cada
10 de todo aquello que producimos, es el dichoso I.V.A., un 21%)
Bueno, los encargados de velar por el bien
público, proteger las tierras y a quienes las habitaban, mantener la paz, hacer
cumplir las leyes, recaudar los impuestos, sancionar las faltas, poner multas y
cobrar o embargar a quien no las pagara (siento como un deja-vu extraño) eran
los señores o sus tenentes. Estos tenentes eran administradores -que no
propietarios- y ejercían los poderes públicos en nombre del señor, que podía
ser el rey o un noble, el dueño del territorio.
En pago a sus servicios, estos tenentes recibían ciertas
rentas por parte del propietario, a más de cobrar las multas por las faltas y
las indemnizaciones o embargos.
(Como dato curioso, que por estos lares tendemos a considerar a los eunucos como seres exclusivos de los países árabes: comentar que hacia el 1040 era tenente
en la cuenca del Agüera, en la actual Cantabria , entonces tierras del reino de
Navarra, un esclavo eunuco llamado García Cíclave).
El caso es que tanto los señores como los tenentes vivían y
se enriquecían con estos ingresos, por lo que les resultaba fácil excederse en
la aplicación de multas y confiscaciones, es decir, cometían malos actos,
hacían mal, o como se decía entonces: mal
facían, eran mal fechores. Y es
que la palabra malhechor deriva directamente de esta expresión aplicada por el
pueblo a aquellos señores y caballeros que no cumplían con sus deberes para con
la plebe y se enriquecían de manera impropia a costa de los bienes comunes
(huy, otro deja-vu).
En fin, volvamos al origen primero de los linajes.
El la tenencia vivían esclavos, pecheros (los que estaban
obligados a pagar impuestos o pechos al señor) collazos (labriegos que no
podían abandonar la tierra que trabajaban) campesinos libres que cultivaban sus
propias tierras y censuarios que eran lo artesanos (menestrales), villanos (los
que vivían en las villas), comerciantes y demás omes comunes. Todos ellos vivían en tierras propiedad del señor o
cedidas por el rey a este, eran pues sus vasallos que, a cambio de protección y
parte del usufructo de la tierra pagaban sus impuestos al señor en metálico, en
especies y realizando ciertos trabajos en la casa del señor o en sus tierras.
Entre los habitantes de la tenencia también existían
comunidades aldeanas libres –de la tierra llana- y hombres libres, propietarios
de sus tierras e inmunes jurídicamente a la autoridad de los tenentes, eran los
hidalgos.
Estas comunidades y los hidalgos pactaban con el señor
mediante cartas o acuerdos, por eso se llamaban encartados y a estas zonas Encartaciones.
En estos acuerdos se comprometían a prestar servicio militar en las filas
del señor y a entregarle una parte pactada de sus excedentes (cosechas, caza,
madera, etc), a cambio habían de recibir de este protección militar y jurídica
frente a quienes les agredieran y evitar así a los malfechores y sus mal fehechorías,
Estos hidalgos eran “franqueados,
libre e quitos de todos los pedidos e serviçios e monedas e alcabalas e demás
tributos cuales quiera”, y mediante estas cartas o encomiendas, se integraban
en lo que entonces se llamaba familia del señor, y se les conocía como
parientes de este, lo que en la Roma clásica se conocía como clientes.
Son estos hidalgos quienes estructuran, allá por 1200, la sociedad medieval en linajes.
Podríamos decir que un linaje es la línea sucesoria de una familia, que no tienen porque ser sus primogénitos, ya que Lope García de Salazar nos ofrece múltiples casos de mujeres o hijos bastardos que forman o dan sucesión a un linaje. Aquí se incluyen todos los descendientes directos de este antepasado común origen del linaje, tanto por línea paterna como materna a los que se añaden los parientes de los que hemos hablado unas líneas antes. Entonces, los descendientes, sus encomendados, los vasallos, aquellos que dependen económicamente de la familia, sus esclavos y empleados a sueldo, todos unidos y cada uno en sus posibilidades y actividades, forman el origen y definen la estructura del linaje que es dirigido por la persona que ostenta el mayorazgo del la familia, el pariente mayor del apellido.
Como esto se va alargando, de cómo se crean y acaban adquiriendo su
forma definitiva los linajes, hablaremos en el siguiente artículo.