En los anteriores artículos hemos comentado como se
constituía un nuevo linaje.
Tras ampliar la familia con los nuevos parientes, acumulado
suficientes fuentes de beneficios como para mantener el nuevo estatus conseguido
y ayudar a sus dependientes a medrar, y reunido en torno al núcleo familiar un
grupo de hombres de armas lo suficientemente fuerte como para poder defenderse,
al nuevo Jauna le llegaba el momento
de realizar el acto definitivo del linaje, levantar una casa fuerte. Debía ser
una construcción fácilmente defendible y bien situada, donde protegerse ellos y
sus bienes, a más de constituir un lugar de referencia para sus gentes desde donde
dirigir el conglomerado de tierras, bienes y personas que conforman el nuevo
linaje.
El linaje de Arançivia es de buenos
fijosdalgo e el primero que lo fundó fue Pero Ortiz de Arançivia, fijo vastardo
de Furcán Garçía de Arteaga, el Viejo, que lo ovo vastardo, e fizo la torre de
Aranavia e ayuntó muchos parientes e fizo solar.
E hizo solar,
en su primera acepción de la r.a.e.: casa, descendencia, linaje. Por fin la
casa de Arancibia se constituyó como un apellido a respetar. Creó la base desde
la que prolongarse en el tiempo y trasmitir su sangre y sus valores.
Esta torre o casa fuerte, habitualmente se nombrará por el
topónimo (el nombre por el que se conoce el lugar) donde se alza y da valor de
institución al nuevo solar o linaje, que tomará su nombre como apellido a
partir de ese momento renunciando al que hasta entonces había llevado.
Esta nueva torre ha de cumplir tres funciones básicas: ha de
ser fortaleza, símbolo del nuevos estatus alcanzado y hogar del señor.
La más básica sería de madera –elemento barato, abundante y
que permite una construcción rápida si es necesario- contrita sobre base cuadrada,
de dos alturas y tejado a dos aguas. Pero esta solo podía cumplir una función
defensiva, carecía de las otras dos premisas necesarias para poderla considerar
cuna del apellido.
Importante también era su ubicación para poder controlar y
defender los puntos estratégicos para los intereses del linaje y estos lugares
se elegían en función de cual fuera la base de la riqueza del apellido. Si este
era el comercio, la torre había de controlar los pasos y caminos obligados de
personas y mercancías. Así tendría controlada a la competencia y se facilitaría
a su vez el propio comercio y la distribución de los bienes producidos. Si la
riqueza de la familia provenía la producción de energía (las aceñas o molinos),
de ferrerías o ermitas, la torre se situaría en sus cercanías para protegerlas.
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Torre de Etxaburu. Fotografía de Txemi Ciria |
En más de un caso el nuevo linaje provenía de comerciantes o
agricultores con posibles, que habían alcanzado la suficiente fortuna como para
levantar en sus tierras o su villa un palacio o caserío. Solo cuando se
consideraron seguros de su poder y convencidos de poder preservarlo, le
decidieron a reconvertirlos en torres para poder fundar solar. Así, a su casa
solariega, le añadirían adarves defensivos, ladroneras, aspilleras, cercas y
fosos para indicar a sus vecinos su nuevo estatus, que estaban dispuestos a
defenderse y que disponían de los medios adecuados para hacerlo.
Bien sobre el caserío ya levantado, bien de nueva
construcción, el nuevo linaje marcaba su nueva posición social con una torre de
piedra que demostrara a quien la viera su éxito y poder, demostrando a sus
vecinos que podía construirla y estaba dispuesto a defenderla.
Ejemplo de cómo el buen dinero permite fundar linaje y
alcanzar alianzas con las familias más fuertes puede ser el linaje de Iraeta:
la mar. Ehijos e dos hijas. E el hijo mayor fue Juan Beltrán,
que casó en el solar de Achoga e hizo
el solar por los muchos dineros que
le dio su padre, e Martín Sanz de Iraeta, el hijo menor, casó en Zaráuz; y tuvo el solar de Iraeta una hija que casó en Olaso e la otra en Loyola.
Para cumplir con su función militar, las torres se
construían normalmente con gruesos muros (de más de metro y medio de espesor) con
su parte baja ciega o, a lo más, con unas pocas aspilleras. También se dotaban
de aspilleras y saeteras al resto de pisos, almenas en su parte más alta,
voladizos y patines que defendieran su entrada, cadalsos, castillejos y cuantos
otros elementos defensivos pudieran añadírsele. Elevadas sobre el terrero
circundante y con su perímetro bien defendido, normalmente por un foso más o
menos profundo que se puede complementar con un barreado (empalizada), una mota
(amontonamiento de tierra) o con una muralla de poca altura construida de
piedra o mampuesto.
Solían ser cuadradas o cuadrangulares, de unos diez metros
de lado y entre doce y veinte metros de altura, con tres o cuatro pisos unidos
entre sí por el interior mediante escaleras de madera. Como de las técnicas
constructivas no eran especialmente depuradas, para conseguir esa altura se
sobredimensionaba el espesor de las paredes de los pisos inferiores,
sobrepasando en muchos casos los dos metros de ancho, mientras las paredes
último piso podían ser de madera y yeso con apenas 30 o 40 centímetros de
espesor.
La planta baja, con suelo de tierra apisonada y de hasta
seis metros de altura, era utilizada como cuadra, almacén o caballeriza y por
razones higiénicas y defensivas no solía tener conexión directa con el resto de
la casa.
A la primera planta se accedía habitualmente por una
escalera exterior dotada de patín. Era normalmente la planta de más altura de
la casa, con suelo de tablazón –muchas veces con ranuras desde donde deshacerse
de los desperdicios arrojándolos al piso inferior, y era donde se disponía la cocina, la sala
común y los dormitorios de los criados.
La segunda plana o principal, era la residencia del señor, lejos
de las humedades y ruidos del primer piso, con más luz y mayores ventanas y lujosamente
amueblada con alfombras y tapices, y
desde donde -solo en algunos casos- se tenía acceso a una cuarta planta,
también residencial.
La distribución interna se lograba separando los ambientes
mediante cortinas o maderamen y se remataban por tejados a cuatro aguas o
terrazas. Siempre de gruesos maderos que resistieran tanto las inclemencias del
tiempo como los bolaños que les pudieran arrojar sus posibles agresores.
Normalmente, solían construirse orientadas al sur, para
aprovechar al máximo el calor del sol, con muros dobles de mampuesto que se
rellenaban con mortero, escoria o grava y a los que dotaban de esquinales de
sillería que les dotaban de mayor robustez. Quien disponía de más posibles,
empleaba el sillarejo, y solo unos pocos se podían permitir el levantar su
torre enteramente de sillería.
Si aumentaba la familia y creía el poder del apellido y sus
sirvientes, al cuerpo principal se podían adosar los que llamaban palacios,
otras estructuras -esta vez de madera en su totalidad- dende habitaban el
servicio y criados.
Eso sí, es la fachada principal de la nueva torre, siempre
habría de lucir, orgulloso y desafiante, el escudo policromado del apellido.