Bien pues, nos quedamos en Malagón, ya mencionado en el artículo sobre Calatrava,
comentando que su destino pudo haber influido sobre la decisión que terminó por
costarle la vida al noble Ben Qädís y determinar en buena parte el restuado final de la batalla de las Navas de Tolosa.
Malagón era, allá por el 1212, una aldea a medio camino
entre Calatrava y Toledo. Como toda villa fronteriza, fue escenario de continuos
enfrentamientos entre los diferentes reinos que se disputaban aquellas tierras,
pero no fue hasta 1212 que, tras su trágica absorción por el reino de Castilla,
llegó la paz a sus tierras.
Ruinas del castillo de Malagón |
Emplazada en una tierra regada por múltiples acuíferos y
a los pies de la sierra, la defendía un castillo levantado sobre un pequeño
cerro rocoso. De adusta planta cuadrada y con sendas torres en sus esquinas, la
fortaleza vigilaba el camino que llegaba a Toledo.
Y de Toledo habían salido las tropas cruzadas que
buscaban las huestes de Al-Nasir. Comandaba el ejército cruzado don Diego López deHaro y formaban su vanguardia las tropas ultramontanas, conformadas por todos
los guerreros llegados a la guerra santa desde más de allá de los Pirineos.
Estos fanáticos, fuera de todo control, venían irritados por el hambre y la sed que
su imprevisión les imponía. Mal acostumbrados al calor y a la disciplina,
aquellos aventureros servían como avanzadilla a las tropas del rey castellano
pero carecían de organización. Alejados de las caravanas con los víveres e
impedimenta que el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada tenía organizadas, tres días después de salir de Toledo los ultramontanos alcanzaron Malagón, un día
antes que los hombres de don Diego.
Apenas avistaron el caserío, cargaron sin orden ni
concierto contra los aldeanos que nada pudieron hacer contra la carga de
cientos o miles de veteranos bien armados. Quienes no pudieron huir a las
vecinas montañas o encontrar refugio en el pequeño castillo —tanto musulmanes como cristianos,
pues de ambas religiones había en la población—fueron muertos en sus mismas casas. No se perdonó sexo ni edad, mujeres, ancianos y niños cayeron
bajo el acero de los cruzados.
Los escasos defensores nada podían hacer contra el
ejército que les atacaba y no tardaron en ceder sus defensas. Vista la
imposibilidad de contenerlos, el comandante de la guarnición musulmana se entregó
a los cristianos solicitando clemencia para cuantos se encontraban bajo su
protección. Pero de nada le sirvió su valor ni sus súplicas. Los ultramontanos
pasaron a cuchillo a todos cuantos encontraron en el castillo.
Para cuando
llegó don Diego López de Haro a Malagón, se encontró allí con el dantesco
escenario de una población masacrada.
Grabado de Gustave Dore. Los cruzados masacran la población de Cesarea |
Dicen que allí comenzaron las desavenencias entre el rey Alfonso y los ultramontanos que
abandonaron la cruzada poco después en Calatrava, o puede que solo fuera una despiadada
maniobra del rey castellano para amedrentar a las poblaciones y guarniciones
con las que sabía había de encontrarse en el camino, pero lo cierto es que en los
enfrentamientos inmediatamente posteriores —Calatrava, Caracuel, Piedrabuena y Benavente— sus guarniciones se entregaron
sin apenas combatir.