Cantigas de Cruz y Luna.

Cervera del río Alhama, una pequeña villa castellana donde cristianos, judíos y musulmanes conviven en secular armonía, envía sus mejores gentes a la campaña de las Navas de Tolosa. Les acompaña la dulce Zahara, arrastrada contra su voluntad a una aventura donde, para sobrevivir, habrá de ser más fuerte que los más intrépidos cruzados.

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La novela

La novela
Una historia de aventuras en Cervera del río Alhama, una perspectiva nunca vista de las Navas de Tolosa

martes, 31 de diciembre de 2013

Batallas medievales

Es una idea bastante generalizada el considerar  las batallas medievales  como dos masas de individuos enfrentados los unos a los otros sin orden ni concierto. Como también se da por aceptado el que las batallas en aquellos años se resolvían en una serie de combates individuales entre los diferentes individuos que formaban los contingentes enfrentados.
Según esta disparatada teoría, dos muchedumbres de hombres, a pie o a caballo, todos cargados de hierro y blandiendo hermosas espadas, cargaban lo más rápido que les permitían sus piernas o sus caballos contra el enemigo. Cuando se encontraban, se trababan en lucha singular con el contrario que les caía más cercano hasta derribarlo para cargar entonces contra otro hasta que uno de los contendientes era arrollado o huía.
Nada más lejano de la realidad. Resulta complicado el admitir que caballeros y reyes, expertos en sus ocupaciones y  veteranos de mil batallas, se enfrentaran de esta manera.
Infinidad de tratados militares medievales y anteriores (hay que leer a Vegecio) detallan la correcta disposición de las tropas para optimizar los resultados, en función de las gentes de que se disponga y sus equipamientos. Pero, además, alguno de los protagonistas de aquella historia nos ha dejado narraciones perfectamente detalladas de cómo resolvían estos conflictos.

Un experto en aprovechar al máximo el terrero y sus recursos, fue nuestro ya buen amigo Pero Niño. Y a él nos remitiremos para detallar la disposición de hombres y armas en una batalla medieval real.
Nos cuenta el cronista que, tras tomar tierra al mando de unos dos mil hombres, en la isla de “Jarsey” (supongo que se refiere a Jersey) dispone todas sus fuerzas a pie en dos haces, o batallas, (batalla o haz era como denominaban en aquellos años a las secciones del ejército en formación de combate) distribuidos de la siguiente manera:
Ordena la primera haz en dos alas de 60 paveses cada una, tras las que sitúa todos sus ballesteros y arqueros (frecheros) protegidos por lanceros (pillartes). A estos soldados les apoyan el resto de gente mal armada de la expedición,  que se encargarán de lanzar dardos, venablos y piedras (con onda o a mano) a los atacantes y entrar en el cuerpo a cuerpo si hubiera ocasión. Tras dejar un hombre de armas con la bandera de señales en esta primera batalla,  retrocedió Pero Niño como treinta o cuarenta pasos para formar su segunda haz, la formada por los hombres de armas. Estos, tanto caballeros como peones, y al contrario que la primera haz que estaba  formado por la infantería ligera, venían equipados con protecciones corporales, yelmos, petos, perpuntes, cotas y corazas, esgrimían  lanzas y portaban al cinto hachas, espadas y dagas. Constituían esta su segunda haz de infantería pesada unos mil hombres de armas, castellanos, bretones y normandos. Cada uno con sus estandartes y banderas de señales y tras ellos, la bandera de Pero Niño, que debía indicar los movimientos de las tropas y secciones.
Junto a su bandera, el capitán dispuso las bocinas de señales y esperó al enemigo.

Para tener una idea más exacta de lo que suponía esta disposición de tropas, tenemos que ser conscientes de que el hombre medieval medía –generalmente- entre 1’50 y 1’60 metros y de que un pavés medio alcanzaba 120 centímetros de altura por 60 de ancho.  Cualquier hombre quedaba entonces perfectamente cubierto por un solo pavés.
Por lo tanto, la disposición de dos alas de 60 paveses cada una, habría de enfrentar a los ingleses (unos tres mil a pie, incluyendo a sus famosos arqueros,  a los que se sumaron doscientos a caballo) una muralla de madera y cuero, insensible a cualquier proyectil que pudieran arrojarle. Tras ese muro infranqueable, los diferentes lanzadores se complementan para cubrir todo el campo. Los arqueros alcanzan más distancia y son más rápidos que los ballesteros, pero estos tienen un tiro recto mucho más potente, capaz de causar baja a través de armaduras y cotas, los mal armados lanzan piedras y venablos a los que consiguen sortear flechas y virotes y los armados con lanzas se encargan de quienes consigan acercarse.  
Tras esa pared de proyectiles, fuera del alcance de las flechas enemigas, los hombres de armas esperan que la primera haz desbarate los arqueros enemigos para entrar en batalla.
Como se puede comprobar, todo perfectamente previsto y calculado.


Y del resultado de la batalla, hablaremos en el siguiente artículo.

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