Cantigas de Cruz y Luna.

Cervera del río Alhama, una pequeña villa castellana donde cristianos, judíos y musulmanes conviven en secular armonía, envía sus mejores gentes a la campaña de las Navas de Tolosa. Les acompaña la dulce Zahara, arrastrada contra su voluntad a una aventura donde, para sobrevivir, habrá de ser más fuerte que los más intrépidos cruzados.

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La novela

La novela
Una historia de aventuras en Cervera del río Alhama, una perspectiva nunca vista de las Navas de Tolosa

martes, 23 de noviembre de 2010

Sobre caballos, caballeros, y demás bestias -II

Desde la entrada anterior, sabemos que el caballo era un animal muy bien valorado en la edad media, pero la cinematográfica escena de un caballero medieval atravesando verdes campos sobre un espectacular corcel quizás haga que nos perdamos en su imagen, sin llegar a comprender lo que realmente significaban los animales de monta en aquellos años previos al nacimiento del señor Ford.
De entrada, el caballo no era el único animal que cabalgaban damas y señores. De hecho, para los pudientes existían dos animales de monta: el palafrén, un caballo manso y tranquilo que se dedicaba únicamente a la monta y que utilizaban damas, nobles y reyes para hacer exhibición de su riqueza, y la mula, que -aunque nos resulte extraño hoy- era el animal preferido por los ricos y poderosos para viajar (podemos encontrar numerosos ejemplos en los cantos del mío Cid o en las bienandanzas de Lope García de Salazar). De hecho, las mulas eran más valoradas que los caballos para viajes largos y la empleaban tanto damas como nobles y reyes. También una buena mula de monta podía vestir arreos tan preciosos como los del mejor caballo y costar casi tanto como él.
Frente a ellos, tenemos el animal por antonomasia: el caballo de batalla o bridón. Un bruto enorme, poderoso, entrenado para la guerra y nacido para cargar contra el enemigo. A nadie en su sano juicio se le ocurriría salir de paseo con su bridón, salvo que quisiera impresionar con su poderío a sus espectadores; de hecho, la entrada en una población sobre un caballo de batalla era, en la práctica, un desfile militar. Para este uso de guerra, en Europa solo eran admitidos en esta categoría los machos enteros (sin castrar), briosos garañones de nervio vivo y tan mal carácter como sus dueños. Estos eran, con mucho, los más valiosos. De hecho, resultaban tan caros que, en estas tierras patrias de hidalgos campesinos, muchos no dudaban en utilizar para este fin a las yeguas de similares características. Estas demostraron en más de una ocasión que, en esto de la guerra, si el ánimo está firme el género no importa, pero no evitó que a sus jinetes les miraran con desprecio el resto de nobles europeos.
A estas tres animales, mula, palafrén y bridón, pronto se les añadió en la península un cuarto: el caballo jinete. Un caballo no tan elegante y manso como el palafrén, de menor envergadura y fuerza que el bridón y menos cómodo que la mula, pero más económico y tremendamente eficaz.
Este tipo de caballo no tardó en extenderse por entre quienes no disponían de la fortuna que suponía adquirir y equipar a un bridón y su caballero. Incluso para quienes podían permitirse este dispendio, resultaba mucho más rentable, en el ámbito militar, equipar a parte de sus acompañantes a la jineta, con armadura ligera y sin protección para el caballo. Al ser una forma “bastarda” de caballería, con el pragmatismo que aportan las leyes del mercado y ante la necesidad de emplear para ello un caballo más tranquilo que obedeciera ciegamente a su jinete, no era extraordinario –sino más bien práctica común- el que para este nuevo tipo de combate se emplearan tanto yeguas como castrados, de menor envergadura y presencia, que no valían ni para palafrenes ni como bridones pero que cumplían a la perfección su cometido en la batalla.

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