Cantigas de Cruz y Luna.

Cervera del río Alhama, una pequeña villa castellana donde cristianos, judíos y musulmanes conviven en secular armonía, envía sus mejores gentes a la campaña de las Navas de Tolosa. Les acompaña la dulce Zahara, arrastrada contra su voluntad a una aventura donde, para sobrevivir, habrá de ser más fuerte que los más intrépidos cruzados.

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La novela

La novela
Una historia de aventuras en Cervera del río Alhama, una perspectiva nunca vista de las Navas de Tolosa

martes, 26 de marzo de 2013

Grotescos caballeros y sórdidas venganzas


Cuando imaginamos los enfrentamientos entre los caballeros medievales todos tendemos a imaginarnos escenas épicas de caballeros de punta en blanco entrecruzando sus bruñidos aceros en feraces campiñas bajo un cielo prístino de verano.

La realidad, como en tantas otras facetas de la vida, era normalmente mucho más sórdida, cuando no grotesca.
Un ejemplo poco glorioso de la muerte de un afamado caballero puede ser la narración que don Lope García de Salazar nos hace sobre  Cómo Diego Furtado, fijo de don Lope González de Mendoça, que llamaron Mantoluçea, mató a don Ínigo de Guebara, que avía muerto a don Lope González, su padre.

El caso es que siendo joven Iñigo de Guevara, asaltó la torre de los Mendoza y dio muerte a cuantos miembros de la familia encontró en ella, salvo a los criados y al Diego niño que pudo escapar escondido bajo las sayas de su niñera, que lo hurtó así de la furia asesina de los enemigos de su linaje. 
Por este hecho le llamaron al joven Diego “el hurtado”, porque lo habían hurtado de las garras de quienes tan mal le querían y así tomó este sobrenombre y quedó para su linaje el apellido de Hurtado.

Cuando este Diego Hurtadose hizo mozo resolvió vengar la muerte de su padre. De manera que juntó a toda su gente de armas y comenzó a buscar la mejor manera de devolver al de Guevara  el mal que le había hecho. 
Pero este Guevara, sabedor de que su persona no gozaba de muchas simpatías por la zona, era hombre precavido y cambiaba todas las noches de casa. Así que para poder localizarle el joven Diego sobornó a uno de los hombres del de Guevara que les indicó donde pensaba cenar su señor aquél día. Pero este, cauto donde los hubiera, jamás dormía donde había cenado, de manera que acordaron el traidor y el Hurtado que dejaría un rastro de granos de trigo hasta la casa donde fuera a dormir aquella noche.
Así se hizo y pudo Diego, en una noche clara de luna, rodear la casa donde dormía el felón. Una vez seguro de que no podría escapar a su cerco, atacaron con hachas y almádenas las puertas de la casa. 
Ante semejante escándalo se despertó el de Guevara. Entendiendo que atacaban su casa, tomó sus armas y preguntó a grandes voces:

- ¿Quién pretende entrar a mi casa?

Sobre el estrépito de sus hombres atacando los portones le contestó Diego:

- Soy yo, don Diego Hurtado, el hijo de aquél a quien asesinaste y, para su escarnio, llevaste su braguero a vender al mercado de Vitoria. Estoy aquí dispuesto a vengarle y a llevar tu cabeza al mismo mercado donde tú llevaste el braguero de mi padre.

Don Iñigo, caballero hidalgo al fin y al cabo, le contestó:

- Tienes razón. Yo le corté la cabeza a tu padre y tienes razones para tratar de cortarme a mí la mía, si es que puedes. Pero no trabajes tanto en romper las puertas, ya salgo a encontrarme contigo afuera, que no soy yo hombre de morir encerrado.

Dicho y hecho. Confiado en la palabra del de Guevara, Diego ordenó a sus hombres que dejaran de aporrear la puerta y esperó a que saliera su enemigo. Entretanto, Iñigo de Guevara se había armado de punta en blanco y montado en su caballo de batalla dispuesto a realizar la más brutal carga que jamás se hubiera realizado contra quienes le sitiaban. Dió orden a sus hombres para que abrieran las puertas de par en par y espoleó furioso a su bridón. Al ataque de las espuelas, el animal arrancó con furia hacia su objetivo y don Iñigo  aferró la lanza esperando el impacto contra los de Hurtado.

Fue una lástima el que, al cambiar tan a menudo de casa, don Iñigo de Guevara no tuviera conciencia plena de las dimensiones de cada una de sus propiedades y no se hubiera percatado de que el dintel de la puerta era un poquito más bajo que la cresta de su morrión. 
Impulsado por la furia de su montura, golpeó el umbral de la entrada con la cabeza y murió en el acto sin llegar siquiera a salir de la casa. De hecho, quedó con medio cuerpo fuera y medio dentro, mientras don Diego Hurtado le cortaba la cabeza que luego exhibió -tal y como había jurado- en el mercado de Vitoria, en el mismo lugar donde años antes don Iñigo había expuesto el braguero de su padre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Digno de una comedia, gracias por la anecdota

Iñaki dijo...

Gracias a ti, por tomarte la molestia de leerla y comentarla.

A fin de cuentas, la única razón de ser de un escrito es ser leído.

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