Como quedó dicho en la entrada anterior, una buena espada, en contra de lo comúnmente aceptado, fue un arma relativamente escasa durante la edad media. Su precio la hacía inalcanzable para el común de los mortales y el esfuerzo y tiempo de práctica que requería su correcto manejo encarecían aún más su uso.
En Vizcaya, tierra constantemente agitada por las luchas entre bandos, eran de uso común unos cuchillos largos, con hojas que superaban los
Don Lope García de Salazar nombra un buen número de armas en sus “bienandanzas”, y es la ballesta la que más se repite. Si nos fiamos de las referencias del buen don Lope sobre esta arma, la ballesta debía ser tan habitual en tierras vizcaínas como lo fue el revólver en el oeste americano. Esto tenía su lógica: El ser eficaz con una espada presuponía que se debía ser también ágil y experto esgrimista, rápido y decidido en ataques y fintas y disponer de un brazo fuerte capaz de asestar el golpe definitivo; además era una herramienta costosa y difícil de conseguir. El uso de cualquier otro tipo de arma, bien de asta, bien de corte o impacto, acarreaba la peligrosa condición de acercarse al alcance de un tipo que solía tener muy malas intenciones y, en muchos de los casos, una demostrada capacidad para hacer daño. Por eso era tan apreciada la ballesta: un artilugio barato, para cuya construcción solo se necesitaban un carpintero y un herrero de mediana capacitación, que se podía manejar con un mínimo entrenamiento, de manejo sencillo y de una efectividad mortal. Con ella en la mano, cualquier gañán era capaz de derribar a un caballero equipado con armadura blanca de su bridón de guerra y, en una tierra escabrosa como Vizcaya, era mucho más manejable que el arco largo. Por otro lado, en las guerras banderizas lo que primaba era el asalto rápido y la emboscada, y en este tipo de reyertas la ballesta demostró infinidad de veces ser el arma más efectiva.
Tras ella, vemos desplegarse un sin número de artilugios destinados a causar el mayor daño posible en el enemigo. Por tratar de mantener un cierto orden las trataremos enumerar según su característica principal.
Como armas de impacto, nos encontramos en primer lugar con el garrote, que junto a la piedra fue la primer arma empleada por el ser humano. De ambas, porra y piedra, tenemos múltiples ejemplos de su uso en las guerras banderizas, y también de su mortal eficacia. La piedra podía lanzarse con ballesta, honda o a mano y en los tres casos era perfectamente capaz de causar la baja de un hombre si se lanzaba con la suficiente fuerza y precisión. El garrote por su parte se presentaba en su versión más “clásica” como una simple estaca de olivo, o cualquier otra madera dura, tallada para facilitar su agarre. Más habitual era encontrar la clava ferrada: la misma estaca reforzada con clavos y anillos de hierro dotada de una cinta de seguridad que la aseguraba a la muñeca en la pelea. La masa de impacto de la maza adquirió las formas más variadas e imaginativas, desde un simple cilindro de plomo a esferas metálicas con forma de estrella pasando por casquillos dotados de puntas o cuchillas. Fueron tan variadas en sus formas como tantos los artesanos o soldados que las construían.
En una evolución natural, las personas con más posibles la fabricaron completamente en acero transformándola en la maza de armas. Esta constaba de un mango generalmente metálico, de entre
Algo más sofisticado resultaba el martillo de guerra. Sobre un mango de madera o acero, se disponía una cabeza maciza plana o dotada de pequeños relieves llamada mesa y terminada en una punta generalmente curva (de ahí su otro nombre: pico de cuervo). Además podía dotársele de un rejón en el extremo para utilizarlo también como estoque. La función del martillo era combatir contra hombres cubiertos de armadura: con la mesa se atacaban principalmente las articulaciones o el yelmo (para romperlas o aturdir al contrario), y con el pico se trataba de perforar las placas del arnés. El martillo de armas también disfrutó de una versión con asta larga a la que se llamó martillo de lucerna, o simplemente Lucerna.
Otro artilugio contundente era el mayal: dos varas de madera, una bastante más corta que la otra, unidas entre sí mediante cuerdas, que se utilizaba en su versión civil para romper el cereal y extraer el grano de la espiga. No tardó en sustituirse la cuerda por cadena y en reforzarse el tramo corto con hierros para convertir así al mayal campesino en un arma de guerra por demás contundente, que dio posteriormente paso a las diferentes formas del látigo de armas, látigo de guerra o mangual. El mango podía pasar de unos pocos centímetros en el látigo, para un agarre cómodo y eficaz de una mano, a un asta de más de metro y medio, lo suficientemente larga como para enfrentarse de manera eficaz a un oponente a caballo (este último mantuvo su primitivo nombre campesino de mayal). De la misma forma, el extremo contundente variaba desde un cilindro de madera reforzado con cadenas, aros y púas de hierro en el caso de los mayales de armas, a una o varias esferas metálicas que podían “adornarse” con pinchos, glóbulos o costillas para hacer más eficaz el golpe en los látigos.
Estas son solo algunas de las armas de impacto utilizadas en la edad media en Europa, en otro apartado nos ocuparemos de las armas de asta y de corte.
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