Mucho se ha hablado sobre los banderizos y sus luchas, así como abundantes son las razones que se han buscado para ellas. Sin pretender tener la respuesta al porqué de tanta sangre como se ha derramado en esta Tierra Amarga, creo prudente el hacer hincapié en algunos puntos no desconocidos, pero sí ignorados las más de las veces cuando se habla de la época y sus protagonistas.
(Antes de continuar, me gustaría hacer un pequeño inciso respecto al tratamiento con que se conoce comúnmente a estos hidalgos de las guerras banderizas: Al mayor del apellido se le distinguía como Jauna, que quiere decir “el señor”, mientras que el resto de hidalgos eran llamados Jauntxos, literalmente: señores pequeños, o lo que es lo mismo: “señoritos”. Curiosamente, esta misma denominación aún se puede encontrar en ciertas zonas de la península culturalmente deprimidas).
Volviendo a
Imaginemos entonces por un momento a un puñado de jóvenes de entre 15 y 17 años armados de espadas, educados en su superioridad por sangre, entrenados desde su más tierna infancia en el manejo del arma más letal conocida entonces –la espada – y rodeados de veteranos de armas a sus órdenes. No podemos extrañarnos de que en semejante puchero se guisen pendencias mortales, batallas campales y todo tipo de excesos.
También podríamos calificar de adolescente a la situación socio-económico del mundo occidental: Europa está a punto de dar a luz al Renacimiento y toda la sociedad se resiente de las contracciones del parto: Se desata por todo el continente una revolución tecnológica y de los medios de producción. La energía hidráulica facilita la transformación del mineral de hierro y hace mucho más barata la obtención de aceros cada vez mejores. El comercio marítimo abre nuevos mercados y por primera vez en la historia se “globaliza” el conocimiento, el consumo y la producción. Las salazones y otras técnicas de conservación de los alimentos, junto a las nuevas técnicas de construcción naval y de navegación, abren las comunicaciones de pequeñas villas como Bilbao a las más distantes ciudades del globo y permitirán en breve el descubrimiento del nuevo mundo. Las armas de fuego son cada vez más cómodas de utilizar y más efectivas, lo que unido a las nuevas ballestas de rápido montaje, la montura a la jineta aprendida de los árabes y a las picas, eliminará en breve a la caballería pesada de los campos de batalla y el desarrollo de la artillería dejara obsoletos a los hasta ahora inexpugnables castillos.
Ahora debemos colocar estos actores y este ambiente social en un escenario aislado, de escasos recursos y casi nulas comunicaciones, al que la carencia de riquezas naturales ha reducido al mínimo las ingerencias del mundo exterior y donde aún se mantiene una sociedad primitiva fundamentada en la familia. Es únicamente la necesidad de las grandes empresas de Castilla por comercializar su lana en Europa, y la cada vez mayor demanda de hierro, lo que hace económicamente rentable el establecimiento de algún puerto seguro en el Cantábrico, así como el asentamiento de villas en el territorio que garanticen la disponibilidad de los nuevos puertos y mantengan abiertas las vías de comunicación entre ellos y la meseta castellana.
Al contacto con esta nueva disposición del orden social en menoscabo del feudalismo, la sociedad rural de Vizcaya y Guipúzcoa –que aún se basa en la más primitiva estructura familiar de la gens romana y cuya mayor fuerza es la familia – trata de adaptar sus características particulares a la nueva situación. Caballeros e hidalgos, que han conseguido sus tierras por la fuerza de las armas y que han mantenido en las mismas durante generaciones de igual modo sus derechos, se transforman en la baja edad media en mercaderes y empresarios. Y se enfrentan a los nuevos desafíos con la violencia y fuerza del clan. Los señores banderizos llevan años alquilando su gente a los diferentes reyes y disponen de suficientes hombres duchos en el manejo de las armas. Además, sus gentes están unidas al clan por un concepto cultural de tribu, que establece una lealtad inexcusable al apellido y al pariente mayor que lo representa. Esto presta a los jauntxos una ventaja nada desdeñable respecto a sus competidores, sujetos a la siempre inconstante ley de la oferta y la demanda que multiplica los costes de mano de obra y seguridad.
En aquél mercado, se combate la competencia con las armas, se protegen los intereses a espada y fuego, y se consolidan privilegios con la compra de voluntades y la creación de intereses dentro de la corte castellana.
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