Cantigas de Cruz y Luna.

Cervera del río Alhama, una pequeña villa castellana donde cristianos, judíos y musulmanes conviven en secular armonía, envía sus mejores gentes a la campaña de las Navas de Tolosa. Les acompaña la dulce Zahara, arrastrada contra su voluntad a una aventura donde, para sobrevivir, habrá de ser más fuerte que los más intrépidos cruzados.

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La novela

La novela
Una historia de aventuras en Cervera del río Alhama, una perspectiva nunca vista de las Navas de Tolosa

viernes, 16 de noviembre de 2012

La economía medieval


Vale, lo prometido es deuda, de manera que aquí va otro artículo corto. Así hacemos dos en esta semana.

Dejamos al caballero medieval, propietario de tierras y hombres, dedicado a la agricultura, la ganadería y la guerra como principales actividades económicas. A estas tres generales y ampliamente difundidas por las amplias tierras castellanas, los caballeros norteños, restringidos por la orografía y el clima en sus pretensiones agrícolas, debieron de sumar el comercio. Ya decían los juglares que era don Lope el vizcaíno hombre rico en manzanas, pobre en pan e vino, indicando así las carencias agrícolas de las tierras vascas.
En todo caso. El noble medieval cristiano dividía el año económico en dos grandes períodos: el de cosecha que, simplificando mucho, podía discurrir de abril a junio. En este período se sembraban, regaban, cuidaban y cosechaban los campos. Al final de estos comenzaba el período propio de la segunda actividad económica medieval: La guerra.
El caballero medieval (repito, lo mismo moro que cristiano), una vez a buen recaudo su cosecha, atacaba a sus vecinos más débiles para capturar esclavos, rehenes, ganado y alimentos que completaran su propia cosecha. Esta actividad estaba generalizada y -mal que les pese a los historiadores tendenciosos- se dedicaban a ella con ahínco lo mismo moros que cristianos. De hecho, lógicamente, para un caballero castellano le resultaba más fácil atacar a un vecino aragonés (aunque cristiano como él) que a un murciano musulmán. Esto proporcionaba esclavos -mano de obra- y dinero procedente del rescate obtenido de los rehenes nobles, si se podía capturar alguno.
Nunca un rey o un señor cristiano tuvo reparo alguno en coaligarse con aliados de la otra religión en contra de un vecino molesto, aunque fuera correligionario suyo. 
Dos cuerpos de ejército, uno cristiano y el otro musulmán,
cabalgan juntos hacia la batalla.

Como curiosidad: entre los cristianos del siglo XIII y alrededores, en Castilla solo podían llevar barba aquellos que hubieran sido cautivos, y solo mientras no cumplieran las promesas hechas durante su prisión. Los musulmanes, por contra, llevaban el pelo largo y la barbas luengas, como manda su ley.

 Como en aquellos años muy pocos nobles podían permitirse un ejército puramente profesional, había de ser quien sembraba, cuidaba las ovejas y recogía el trigo el mismo que, maza en mano, acompañara a su señor en el ataque al reino vecino. Por eso la guerra tendría que realizarse a partir de mayo-junio, con la cosecha ya recogida. En caso contrario estaba asegurada la hambruna para el año siguiente. Así, era de suma importancia el realizar una buena previsión de siembra y cosecha, y rezar al Altísimo para que las condiciones atmosféricas fueran las adecuadas: Si se podía recoger pronto, se podría atacar al enemigo mientas este aún cosechaba y obtener así tres beneficios añadidos: Una victoria más fácil, quedarse con la cosecha a medio recoger del vecino y, privado éste de alimentos, debilitarle lo suficiente como para, quizás, poder apropiarse de sus tierras al año siguiente.  Además, ya lo indicaba Vegecio en su Compendio de Técnica Militar, el atacante debía tratar de avanzar por territorio enemigo, de esta manera no consumía sus recursos en el avance, a la vez que reducía los recursos del enemigo comiendo de lo que producían sus tierras y devastando la zona por la que pasaba.

Y lo dejamos aquí para continuar otro día.

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