El caso es que, a pesar de los números de combatientes con
que jugaban aquellos sesudos profesores de los que hablamos en un artículo
anterior, aún nos encontramos con quienes afirman que por parte de los
almohades habían muerto cientos de miles mientras que por
parte de los cristianos solo hubo entre 25 y 50 bajas, ya que estos son los
datos que facilitan los cronistas participantes en la batalla, Rodrigo Jiménezde Rada, Arnaldo Amalarico y el propio Alfonso VIII.
No seré yo quien los corrija, pero quizás sí podamos
razonar semejante afirmación:
En los libros de historia afirmaban que fue la
intervención divina la que posibilitó el milagro, pero en más que posible que,
sencillamente, aquellos caballeros solo contaran las bajas causados entre
quienes merecían ser contados, los que tenían nombre y apellido, los nobles y
alto clero. La masa de plebeyos que les guardaba, los peones apenas vestidos
con una camisa y un chuzo, simplemente no contaban, ni tenían nombre merecían el
esfuerzo de contarlos.
Magnífica ilustración de Ángel García Pinto de un infante almohade |
Ahora consideremos
a un caballero medieval, cubierto de hierro de los pies a la cabeza, con las
mejores armas que la tecnología del momento podía conseguir y entrenado en las
artes de la guerra dispuesto entre un grupo de hombres a los que han arrancado
de sus granjas para llevarlos a la batalla lejos de sus casas y familias,
vestido con una camisa de tela barata y armado con un palo al que han colocado
un hierro afilado en la punta (una lanza de verdad era la que llevaba el
caballero, bien equilibrada, de madera de fresno o roble y con la moharra bien
fija al astil).
¿Cuál creéis que sería el resultado de semejante encuentro?
No resulta difícil imaginar el resultado de un encuentro entre el freire templario, profesional y bien armado de la ilustración superior, y un infante que solo en el mejor de los casos llevaba adarga y casco como el representado a la derecha..
Para terminar, recordar que siempre, en todas las
ocasiones, la mayor parte de bajas en las batallas antiguas, ocurría tras la
derrota. Cuando desordenados los vencidos huían del campo y eran masacrados por
sus enemigos.
Las crónicas, las cantigas, los poemas heroicos, se escribían para los únicos que podían leerlos y pagarlos, la nobleza. Por eso podemos afirmar que, muy posiblemente, no mintieron los cronistas de la época al anotar las bajas cristianas en las Navas de Tolosa, lo que pasó es que solo contaron a los que ellos consideraban importantes.
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