Cantigas de Cruz y Luna.

Cervera del río Alhama, una pequeña villa castellana donde cristianos, judíos y musulmanes conviven en secular armonía, envía sus mejores gentes a la campaña de las Navas de Tolosa. Les acompaña la dulce Zahara, arrastrada contra su voluntad a una aventura donde, para sobrevivir, habrá de ser más fuerte que los más intrépidos cruzados.

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La novela

La novela
Una historia de aventuras en Cervera del río Alhama, una perspectiva nunca vista de las Navas de Tolosa

martes, 17 de julio de 2018

El asedio de Calatrava. Un preludio que pudo decidir el resultado de la batalla de las Navas de Tolosa


Otro hito de la campaña de las Navas de Tolosa fue la ciudad fortificada de Calatrava.
Su conquista, posterior pérdida y reconquista final, condicionaron toda la campaña e, indudablemente, obligaron a los monarcas beligerantes a tomar las decisiones que finalmente condujeron a derrota de los almohades.
Calatrava, a orillas del Guadiana


Calatrava fue fundada a finales del siglo VIII con el nombre de Qal'at Rabah, la fortaleza de Rabah, para controlar el camino que unía Córdoba con Toledo.
Su elección estratégica no pudo ser más acertada, edificada sobre un cerro amesetado que se alza entre los ríos Guadiana y Valdecañas, controla el vado natural del Guadiana.
Cuando Toledo pasó a manos cristianas (allá por el 1085), Calatrava se convirtió en un constante tormento para los monarcas castellanos, pues desde sus murallas continuas razias almorávides hacían peligrar cosechas, comercio y la misma ciudad.
De manera que Sancho III (padre de  nuestro Alfonso VIII, el de las Navas) solicitó a sus mejores caballeros que la conquistaran para la cristiandad. Tras varios intentos fallidos, solo el abad cisterciense Raimundo de Fitero consiguió en 1147 hacerse con la fortaleza. Como recompensa, el rey Sancho se la entregó para que sirviera como sede de una nueva orden militar a la que nombraron Orden de Calatrava, los fieros freires calatravos que años más tarde batieron sus aceros en las Navas.
En 1195, tras el desastre de Alarcos, la ciudad fortaleza volvió a manos musulmanas, lo que nuevamente amenazaba la integridad de Toledo. Y así permaneció hasta que las tropas aliadas de Castilla, Aragón y los ultramontanos llegados a la cruzada, la reconquistaron definitivamente en el 1212.
Caballería pesada musulmana
La ciudad mantenía su frente norte defendido por el río y los pantanos que lo flanqueaban, el resto, más de kilómetro y medio, estaba defendido por sólidas murallas con foso defendidas por 44 torres, dos torres albarranas, puertas en recodo y cuatro corachas (murallas que se internaban en la corriente de agua para asegurar el suministro de ésta en caso de asedio). Una formidable fortaleza que se hubiera resistido a los cruzados durante meses arruinando la campaña. Por suerte para Alfonso, el alcaide almohade de Calatrava, Aben Cadés, al que Rodrigo Jiménez de Rada llamó Abenhalys y que en realidad se llamaba Abu Hayyays ben Qädis, era un hombre cabal, valiente y justo. Trató de resistir con sus escasas tropas al inmenso contingente cruzado reunido por Alfonso, pero cuando vio perdidas dos torres y parte de la muralla norte negoció con el rey cristiano la entrega de la ciudad a cambio de su promesa de respetar a sus habitantes y sus propiedades (en otro artículo hablaremos de Malagón, un poblado cuyo final muy posiblemente influyó en la decisión de Aben Cadés).

Caballería ligera musulmana contra cristianos acorazados
Este acuerdo permitió a los cruzados hacerse con Calatrava sin detener su avance y tomar sin grandes dificultades el resto de fortalezas fronterizas almohades. También hizo que la mayor parte de las tropas ultramontanas abandonaran la cruzada y se volvieran a sus lugares de origen lo que forzó a modificar el orden táctico del ejército cristiano una vez llegados a las Navas de Tolosa.

Además, el trágico destino del joven alcaide condicionó la respuesta de la potente caballería pesada andalusí en la batalla. 
Tras abandonar la fortaleza, marchó en busca de Al-Nasir para justificar sus actos, pero el Miramamolín, sin tan siquiera escuchar sus razones, mandó darle muerte a lanzazos para después decapitarle. 
En diferentes crónicas árabes achacan la derrota de Al-Nasir en las Navas al malestar que la ejecución de Ben Qädis sembró entre los andalusíes y que propició su defección en el momento álgido de la batalla.


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