Otro hito de la campaña de las Navas de Tolosa fue la
ciudad fortificada de Calatrava.
Su conquista, posterior pérdida y reconquista final,
condicionaron toda la campaña e, indudablemente, obligaron a los monarcas
beligerantes a tomar las decisiones que finalmente condujeron a derrota de los almohades.
Calatrava, a orillas del Guadiana |
Calatrava fue fundada a finales del siglo VIII con el nombre de Qal'at Rabah, la fortaleza de Rabah, para controlar el camino que unía Córdoba con Toledo.
Su elección estratégica no pudo ser más acertada, edificada sobre un cerro
amesetado que se alza entre los ríos Guadiana y Valdecañas, controla el vado natural
del Guadiana.
Cuando
Toledo pasó a manos cristianas (allá por el 1085), Calatrava se convirtió en un
constante tormento para los monarcas castellanos, pues desde sus murallas continuas
razias almorávides hacían peligrar cosechas, comercio y la misma ciudad.
De
manera que Sancho III (padre de nuestro
Alfonso VIII, el de las Navas) solicitó a sus mejores caballeros que la conquistaran para la cristiandad. Tras varios intentos fallidos, solo el abad cisterciense Raimundo de
Fitero consiguió en 1147 hacerse con la fortaleza. Como recompensa, el rey
Sancho se la entregó para que sirviera como sede de una nueva orden militar a
la que nombraron Orden de Calatrava, los fieros freires calatravos que años más
tarde batieron sus aceros en las Navas.
En 1195,
tras el desastre de Alarcos, la ciudad fortaleza volvió a manos musulmanas, lo
que nuevamente amenazaba la integridad de Toledo. Y así permaneció hasta que
las tropas aliadas de Castilla, Aragón y los ultramontanos llegados a la
cruzada, la reconquistaron definitivamente en el 1212.
Caballería pesada musulmana |
La ciudad
mantenía su frente norte defendido por el río y los pantanos que lo
flanqueaban, el resto, más de kilómetro y medio, estaba defendido por sólidas
murallas con foso defendidas por 44 torres, dos torres albarranas, puertas en
recodo y cuatro corachas (murallas que se internaban en la corriente de agua
para asegurar el suministro de ésta en caso de asedio). Una formidable
fortaleza que se hubiera resistido a los cruzados durante meses arruinando la
campaña. Por suerte para Alfonso, el alcaide almohade de Calatrava, Aben Cadés,
al que Rodrigo Jiménez de Rada llamó Abenhalys y que en realidad se
llamaba Abu Hayyays ben Qädis, era un hombre cabal, valiente y justo.
Trató de resistir con sus escasas tropas al inmenso contingente cruzado reunido
por Alfonso, pero cuando vio perdidas dos torres y parte de la muralla norte
negoció con el rey cristiano la entrega de la ciudad a cambio de su promesa de
respetar a sus habitantes y sus propiedades (en otro artículo hablaremos de
Malagón, un poblado cuyo final muy posiblemente influyó en la decisión de Aben Cadés).
Caballería ligera musulmana contra cristianos acorazados |
Este
acuerdo permitió a los cruzados hacerse con Calatrava sin detener su avance y
tomar sin grandes dificultades el resto de fortalezas fronterizas almohades.
También hizo que la mayor parte de las tropas ultramontanas abandonaran la
cruzada y se volvieran a sus lugares de origen lo que forzó a modificar el
orden táctico del ejército cristiano una vez llegados a las Navas de Tolosa.
Además,
el trágico destino del joven alcaide condicionó la respuesta de la potente
caballería pesada andalusí en la batalla.
Tras abandonar la fortaleza, marchó en busca de Al-Nasir para justificar sus actos, pero el
Miramamolín, sin tan siquiera escuchar sus razones, mandó darle muerte a
lanzazos para después decapitarle.
En diferentes crónicas árabes achacan la
derrota de Al-Nasir en las Navas al malestar que la ejecución de Ben Qädis
sembró entre los andalusíes y que propició su defección en el momento álgido de
la batalla.
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