Cantigas de Cruz y Luna.

Cervera del río Alhama, una pequeña villa castellana donde cristianos, judíos y musulmanes conviven en secular armonía, envía sus mejores gentes a la campaña de las Navas de Tolosa. Les acompaña la dulce Zahara, arrastrada contra su voluntad a una aventura donde, para sobrevivir, habrá de ser más fuerte que los más intrépidos cruzados.

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La novela

La novela
Una historia de aventuras en Cervera del río Alhama, una perspectiva nunca vista de las Navas de Tolosa

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La caballería ligera medieval

De siempre se ha dicho que la mejor caballería del mundo fue la francesa, cuya carga no podía resistir ejército alguno, y se dice de ella que solo desapareció al generalizarse el uso de las armas de fuego. Sin entrar en comentarios sobre Crécy, Agincourt o tantas otras “hazañas” de la caballería pesada francesa, en tierras ibéricas llevaban siglos enfrentándose a esta caballería de grandes caballos y movimientos lentos los jinetes árabes, que montaban caballos más pequeños y rápidos que los europeos y empleaban con tremenda efectividad un sistema de lucha que enfrentaba la agilidad a la fuerza bruta.

Los rígidos caballeros cristianos se enfrentaron durante siglos a la caballería ligera de los ejércitos almohades, formados muy frecuentemente por guerreros zenetes o jenetes como les solían nombrar en tierras castellanas–, hábiles caballistas bereberes, que cedieron el nombre a su sistema de monta: La monta ligera o a la jineta. Gracias a ellos, hoy en día se denomina jinete a quien domina la práctica de la equitación.

El equipamiento de estos caballeros resultaba mucho más económico que el anterior y más eficaz para la lucha en tierras de banderizos: suelos agrestes y con pocos espacios para una carga eficaz de caballería pesada. Así, pronto los cristianos peninsulares adaptaron las mejoras africanas a su sistema de combate y nació la monta a la jineta, precursora de la caballería ligera y raíz de la monta “a la española”.

Los hacendados cristianos, apoyados por los reyes castellanos, cruzaron sus pesados caballos de guerra con los ejemplares rápidos y menudos de los sarracenos para conseguir un tipo de caballo fuerte, pero más ligero e impetuoso que los macizos caballos norteños y con él equiparon a sus huestes.

A un caballo más vivo, había de corresponder un caballero menos pesado. El jinete, se acomodó en una silla más liviana, con un fuste trasero reducido y equipada con unos estribos cortos en forma de media luna que le obligaban a montar con las piernas ligeramente flexionadas. En esta postura, dirigía el caballo mediante leves indicaciones de las rodillas, sin utilizar apenas bridas o espuelas y quedaba con ambas manos libres para golpear o defenderse. Se cubría con media armadura y celada y mostraba las calzas rojas que revelaban su condición de noble –“que Lope García dixo a los fijos e criados que matasen a los de calças vermexas, que eran fijos dalgo, que los otros eran omes comunes”– Igualmente se armaban de lanza y arma de mano, aunque su lanza era menos robusta que la de los caballeros de punta en blanco ya su función no era derribar a un coloso blindado, sino atravesar una brigantina o a un infante sin apenas protección.

Si la función de los caballeros de armadura blanca era romper con un choque directo las líneas del enemigo y aplastar sus defensas, en batalla la caballería ligera había de cubrir los flancos del ejército y hostigar al enemigo, envolviéndolo si era posible; Para, tras la victoria, perseguir luego a quienes se retiraban impidiéndoles reorganizarse, aumentar los daños causados y tratar de conseguir un botín lo más sustancioso posible.

En combate –y a fe que durante las guerras de bandos los hubo–, un jinete jamás entraría en contacto directo con un caballero de punta en blanco. Se limitaría a esquivar su acometida y a tratar de destriparle el caballo de un lanzazo. Porque no olvidemos que eso de no atacar al caballo solo era válido en los torneos, cuando parte de la ganancia del vencedor era la cabalgadura del vencido. En la guerra, todo valía –y vale– si te facilita la victoria.

También el equipo del caballo se atenuó, y se sustituyó su armadura pesada por una protección más liviana en cuero o tela acolchada.

El rey Fernando acabaría por imponer este tipo de caballería en Europa. Explotando la devastadora eficacia de la combinación de cuadros de infantes bien entrenados, picas y armas de fuego, la caballería dejó de ser el eje central del ejército y pasó a ser el cuerpo auxiliar encargado de explotar la victoria o minimizar la derrota.

viernes, 27 de noviembre de 2009

La caballería en la edad media. I - Caballería pesada

Al hilo de la última entrada, me gustaría reflejar, aunque solo sea ligeramente, las diferencias existentes entre la caballería pesada, tan en boga en los ejércitos europeos de la edad media, y la ligera, proveniente de los árabes. Empezaré por la caballería pesada, esa que de manera instintiva asociamos a la edad media y nuestros banderizos.
Durante siglos, el sistema de lucha de un caballero cristiano fue el impacto directo. En combate, se trataba de utilizar la enorme masa de sus caballos de batalla para derribar al enemigo o romper sus filas. No se buscaba evitar la lanza del enemigo, sino enfrentarse a ella y quebrarla. Esta caballería pesada medieval montaba a la brida: El caballero, armado de punta en blanco, es decir: con armadura completa de placas, se instalaba sobre un potente caballo, de gran peso y musculatura, que aportaba al conjunto su velocidad y enorme masa.
Para que el caballero pudiera aguantar el brutal impacto que suponía encontrarse con un adversario igualmente equipado necesitaba – lógicamente – una estructura sólida que le soportara. Para conseguirlo, empleaban una gran silla de montar armada sobre un pesado fuste reforzado en cuero y metal con un borrén trasero – el respaldo, podríamos decir – que se alzaba hasta por encima de los riñones para servir de apoyo en el momento del encontronazo, y un arzón delantero que le defendía por completo el vientre y las ingles, e incluso a veces buena parte de las piernas. Se equipaba al conjunto con estribos largos, terminados en pesadas cazoletas de metal, donde encajaba con firmeza un escarpe puntiagudo armado con unas espuelas desmesuradas. Tanto la montura como los estribos estaban concebidos para cabalgar con las piernas extendidas y enfrentarse así con más rigidez y estabilidad al choque.
La silla se fijaba al cuerpo del caballo con tres cinchas: una ventral, que la sujetaba al cuerpo del caballo; una pectoral que abrazaba la parte delantera del animal e impedía que silla y caballero retrocedieran sobre los lomos del caballo; y una posterior que envolvía las ancas del bruto y aumentaba la estabilidad del conjunto, a la vez que impedía que el caballo se lanzara a un galope desbocado con su rígido jinete encima.
Esos formidables bridones (caballos que se montan a la brida, o que se dirigen con las bridas) eran animales admirados y deseados. Y muy costosos. Cuenta nuestro cronista preferido que, en Medina, un judío ofreció mil reales de plata por el caballo “Palomo” que montaba Lope de Valpuesta, hijo bastardo de Lope García. (Recordemos que el sueldo de un profesional bien valorado en la época podía rondar los 10 reales de plata al año)
Cuando se entraba en batalla, se lanzaban en primer lugar unas flechas pesadas en tiro curvo (para que cayeran luego en vertical sobre el enemigo), armadas con grandes puntas arponadas, cuya función primordial era inutilizar los caballos. Estaban diseñadas para penetrar en las grupas y cuello del caballo, de donde no podrían extraerse sin causar graves heridas e incrustadas en los músculos impedirles moverse con libertad. Para preservar la enorme inversión que suponía uno de estos caballos, se les protegía de estas y otras armas con la barda: una armadura de hierro o cuero curtido de vaca que, en diferentes piezas, cubría ancas, cuello y testuz del animal.
Con la sobrevesta para cubrir y vestir la armadura del hombre y la gualdrapa para el animal, y mostrando ambas las armas del caballero, completamos el cuadro que habría de formar este conjunto, poderoso y lento (relativamente hablando claro), que era la unidad de caballería pesada.

viernes, 6 de noviembre de 2009

La Lanza como unidad militar medieval

En la época en la que transcurren nuestras guerras banderizas, era de uso común el que los reyes exigieran a sus nobles el aporte de hombres para sus guerras, del mismo modo que era práctica habitual el que, quien tenía capacidad para ello, alquilara los servicios de sus guerreros al rey por una cierta cantidad de dineros. Y siempre, cuando se hablaba de estas cuestiones, aparece una equívoca medida básica: La Lanza.

En multitud de crónicas encontramos referencias a la Lanza como unidad de combate en los ejércitos banderizos y medievales, sin que den más explicaciones a algo que obviamente ya conocían aquellos a los que se dirigían los escritos, pero que hoy nos puede resulta difícil comprender. Sí sabemos por asientos de la época, que a mediados del siglo XIV hidalgos guipuzcoanos rentaban sus lanzas por 1.500 maravedís anuales pero... ¿en qué consistía exactamente una Lanza?

En primer lugar, decir que una Lanza no era una cantidad exacta de soldados, sino un grupo operativo de combate, sin que se determinara de forma precisa el número de hombres que la habían de conformar.

La unidad militar por excelencia en la edad media era la caballería pesada. Es decir: un hombre montado sobre un potente caballo de guerra, vestido con armadura blanca y equipado de lanza, espada y arma de arzón (aquella que solía portar sujeta a los arreos de su caballo, las más habituales solían ser la espada bastarda, el hacha o el martillo de guerra) Ahora bien, un hombre así armado no es operativo sin una serie de ayudantes y colaboradores, del mismo modo que hoy un carro de combate no marcha nunca solo a la batalla, sino protegido y escoltado por sus servidores y escuadra de apoyo. Pues bien, lo mismo ocurría con un caballero armado. Por norma, iría acompañado de un escudero igual de armado que él, más dos o tres jinetes equipados a la ligera que se encargarían de los caballos de repuesto, palafrenes e impedimenta, a más de cubrirles en los enfrentamientos.

Bueno, a estas alturas ya tenemos que una Lanza habría de consistir en uno o dos caballeros pesados y dos o tres equipados a la jineta (otro día hablaremos sobre la caballería ligera y pesada y sus diferencias). Ahora bien, caballero sin apoyo de infantes es caballero perdido. Así, en varias notas militares de viaje nos encontramos con que todo caballero que marchaba a la guerra llevaba consigo un pequeño contingente de peones a los que asignaban diferentes funciones. En la época de las guerras de bandos solían ser aproximadamente unos once hombres de armas de los que seis se equipaban con lanzas y el resto de ballestas. A estos habría que añadir los criados personales y pajes de los hidalgos que en caso de necesidad supongo también podrían empuñar un arma.

Por lo tanto, podemos aventurarnos a conjeturar que lo que tan generosamente pagaban los reyes castellanos o navarros era una unidad de combate totalmente equipada y bien entrenada, de entre 14 a 20 hombres, compuesta de caballería pesada apoyada por la caballería ligera e infantería, más su propio equipo de logística.

En resumen: un diminuto ejército al completo .

viernes, 18 de septiembre de 2009

El carácter del hidalgo banderizo

Hay muchos aspectos que damos por supuesto sobre quienes habitaban estas “nuestras” tierras hace apenas 500 años. Y la mayor parte de las veces erróneamente. Uno de estos errores comunes es el pensar que su personalidad y escala de valores eran similares, si no idénticos a los nuestros o podríamos asimilarlos en nuestra sociedad actual.
Tendemos a aceptar – o tratan de hacernos creer – que Europa, gracias en parte a su tradición cultural cristiana, siempre ha disfrutado de una sociedad basada en los principios de justicia y equidad tal y como hoy los entendemos.

Tremendo error! En la realidad, su mentalidad resulta tan diferente a la actual como nos resultaría la de una hipotética raza extraterrestre.

Tomemos como ejemplo tipo de banderizo a Lope García de Salazar.

Pronto nos daremos cuenta que realmente no fue nadie excepcional en su tiempo, a no ser por su estatura (2’10 metros, en una época en la que la media de altura rondaba el 1’55). Fue por huir de su forzada inactividad durante los años en que permaneció preso en su propia torre por lo que escribió su historia universal o "bienandanzas", y de esta pretendida enciclopedia histórica, son sus últimos libros -los dedicados a las familias que conocía, las vizcaínas y castellanas con las que trataba - los únicos singulares y los que le han dado una fama que de otro modo no hubiera merecido.
De sí mismo, tras alardear falsamente de no haber sido vencido nunca, escribe que nunca luchó contra nadie por soberbia, solamente mató por su honor y por mantener sus razones o las de su linaje; nunca rompió una tregua que no tuviera derecho a quebrantar (habría que preguntarse quién adjudicaba el derecho a romper una tregua) ni mató ni hizo matar a nadie que no se lo mereciera si lo pudo evitar, que ya les decía él eso de: “guárdate, que ya me guardaré yo”. Eso sí, despreció a los ladrones y dijo la verdad siempre que pudo.

Declaración de principios de un noble medieval, señor de sus siervos, enemigo de sus enemigos y amigo de sus amigos siempre y cuando no hubiera intereses por en medio. La vida de un hombre solo tiene valor si tiene tras él dinero o familia que la soporten.
Existen en las bienandanzas y demás crónicas medievales, numerosas referencias a muertes cuyo castigo quedó impune o solamente supuso el destierro por una corta temporada del asesino. Pero eso sí, siempre que el matador y la víctima fueran hidalgos, porque la persona de un siervo, labrador o esclavo ni tan siquiera valía la tinta que habría de emplearse para transcribir su nombre al papel. No encontraremos el nombre de un campesino mutilado por su señor, el de un niño degollado en el camino, ni el de una moza violada. Solo se pierde el tiempo en escribir que murieron cuando desaparecen en cantidades tan alarmantes, a causa de guerra, hambre o peste, que pueden poner en peligro los ingresos de su señor.

Por cierto, en realidad, la inmensa mayoría de la población medieval pertenecía a estas clases oprimidas. Gentes que también llevaban el nombre de su señor como marca de pertenencia. Un Lope de Salazar podía ser el señor de la casa de Salazar, o el esclavo Lope que le pertenecía. De ahí podemos deducir que la mayoría de los actuales habitantes de estas tierras somos descendientes, no de los nobles hidalgos que las explotaban -aunque llevemos su apellido -, sino de los miserables siervos y esclavos que fueron capaces de sobrevivir a las hambrunas, a las pestilencias y a sus señores.

Para quien le interese, estas son las palabras textuales de Don Lope, extraídas de sus bienandanzas. Habla de sí mismo en tercera persona. Tomo IV, libro XXIV, pag. 345. :

“porque él sienpre fue vençedor en todos logares, segund dicho es, e aun en otras cosas nunca fue vençido ni retraído, que entiende que fue por graçia del Señor Dios, que le fizo para ello, porqu'él nunca cometió guerra contra persona del mundo, a su entender e creer, por sovervia contra razón, sino por guardar onor e razón suya e de su linaje, ni quebrantó treguas non devidamente a sus adversarios ni mató ni fizo matar a persona del mundo ni fue en consejo d'ello a traiçión ni a mala verdad, sino "aguárdate, aguardarme he" e a no lo poder escusar, segund susodicho tiene, e que sienpre puso justiçia en su tierra en lo que pudo e desdeñó ladrones e rovadores e que sienpre guardó verdad a todas personas en quanto pudo.”

martes, 30 de junio de 2009

Breve listado de linajes banderizos en Vizcaya y Guipúzcoa

El ser humano siempre a tratado de etiquetar y clasificar cuanto cae en sus manos, con ello trata de tranquilizar su espíritu y busca convencerse de que todo en este universo es razonable y predecible.

Quizás por eso mismo, desde siempre se ha tratado de catalogar por bandos a las familias que participaron en las guerras banderizas de Vizcaya. Tendemos a considerar como inamovibles las filiaciones de las familias a los bandos, pero los apellidos modificaban sus alianzas en función de los intereses del momento. Así podemos encontrar a un determinado linaje coaligado según las circunstancias a uno u otro bando. Lo mismo ocurre cuando tratamos de determinar un cabeza de bando: Nos encontramos con que no existía un apellido del que pudiera decirse con exactitud que capitaneara al resto de familias, solamente podemos hablar de linajes más poderosos dentro de las pendencias generalizadas.

Pese a ello y solo a título orientativo, listamos a continuación algunas de las casas banderizas, agrupadas en dos bandos no siempre excluyentes. Marcadas en negrita, las familias (a nuestro juicio) más poderosas y de mayor influencia en el Bilbao y la Vizcaya medievales.

Así, lucharon bajo la influencia de los Gamboa los hidalgos de:

Aedo, Aguirre, Arostegui, Arrazua, Arteaga, Artunduaga, Avendaño, Berriz, Calderones, Careaga, Cearra, Duireta, Ibargoien, Ibarra, Ibarsusi, Larrea, Leguizamón Lezama, Loizaga, Madariaga, Maeztu, Manrique, Marroquines, Muñatones, Murga, Olaso, Salcedo, Somorrostro, Uribe, Urista, Urquijo, Velasco, Velendis, Zubiaur

Enfrente se encontraban con los linajes del bando de los Oñaz:

Almendaro, Anuncibay, Apioza, Arancivia, Arandia, Arbolancha, Arilza, Arrusénaga, Asua, Ayala, Balda, Basazabal, Basurto, Butrón, Castro, Guecho, Isasi, Loega, Marquina, Martiartu, Meñaca, Múgica, Olaso, Sagarmínaga, Salazar, Salcedo, Sangroniz, Sopelana, Ugarte, Villela, Zaldibar, Zamudio, Zárate, Zurbaran

En Guipúzcoa, eran de Gamboa:

Achega, Arcaraso, Balda, Galarza, Guevara, Iraeta, Jaolaza, Olaso, Otalora, Sayola, Ugarte, Uribe, Valda, Yraeta, Zarauz, Zumarraga

Y seguían a Oñaz:

Alzaga, Amezqueta, Berastegui, Emparan, Gaviria, Lazcano, Lizaur, Loyola, Mendoza, Murguía, Ozaeta, Unzueta, Murua, Lezcano, Yarza

Habitualmente, solían llamarse a las casas con el nombre del lugar donde se levantaban, aunque muchas veces se producía el fenómeno inverso para transformarse el apellido de la familia en toponímico del barrio levantado en el lugar que en su día ocupó la torre o palacio del linaje. Así podemos encontrar en Bilbao los barrios de Basurto, Arbolancha, Sagarmínaga, etc.

lunes, 29 de junio de 2009

Las armas de la edad media. III - otras armas: hachas y armas de asta

En nuestro anterior repaso a las armas que emplearon nuestros banderizos, tras hablar brevemente de la espada y su hermano menor, el cuchillo, nos habíamos quedado en las más primarias: las armas de impacto. Trataremos ahora de ampliar la panoplia de herramientas desarrolladas por el ser humano para acabar de la manera más efectiva posible con la vida de su vecino.

En la historia, a la maza sucedió el hacha. La primera herramienta elaborada en metal fue precisamente el hacha. Un arma que añade a la contundencia de la maza la capacidad de corte del cuchillo. Su masa, concentrada en la delgada línea del filo, permite al agresor romper las defensas del contrario y alcanzar sus partes vulnerables, y si la armadura resulta lo suficientemente dura como para no ceder al golpe, el mero impacto puede aturdir lo suficiente como para inutilizarle, aunque solo sea momentáneamente. Existieron muchas variedades de hachas en Europa, todas ellas variaciones sencillas del modelo básico del leñador que también se utilizó en las guerras y luchas de bandos como arma.

Con los años y las guerras, la herramienta sufrió una evolución, lógica en un ambiente de caballeros armados, hasta culminar su desarrollo en el hacha de guerra. Arma formidable en manos expertas, fue el arma preferida entre otros por Ricardo I de Inglaterra, y no es (por mucho que les pese a los seguidores de Conan) un arma de doble hoja curvada con garfios en su remate que se blandía a una mano. En realidad, el hacha de guerra de una mano resultaba más parecida a un martillo de guerra o pico de cuervo que a otra cosa, solo cambiaba la mesa del martillo por un filo corto y macizo. En su acepción de dos manos, se le llamaba también hacha de dos manos o hacha de petos. Un arma de asta corta, de aproximadamente 1’30 metros, con cazoleta a media altura para defensa de las manos, que soportaba un filo corto –de apenas 5 centímetros de altura y entre 15 y 25 cm. de largo – por un lado y una mesa de parecidas dimensiones por el opuesto que servía para otorgar masa al impacto del hacha y para servir como de un martillo de guerra. Esta arma terrible podía terminar coronada por un rejón o púa y ser empleada como una lanza corta.

Por otro lado, y aunque dispusiera de un buen hacha o alguna del resto de armas de corte, como los cuchillos, dagas y machetes, un grave problema con que se encontraba un soldado en la Vizcaya medieval, era el de alcanzar a un caballero a caballo, o el mantener lo más alejado posible a los infantes del apellido rival. La manera más simple de conseguirlo era colocando al arma que tuviera más a mano un mango lo suficientemente largo. Así nacieron las armas de asta.

La primera, lógicamente, fue la lanza: un simple cuchillo atado en el extremo de un palo. Este modelo elemental se fue diversificando para diferenciar los chuzos, dardos y azagayas, como armas arrojadizas y la lanza propiamente dicha, más pesada y larga que las anteriores, con moharra (hoja) más pesada y fuerte y regatón en el extremo opuesto del asta. Este casquillo metálico, además de proteger la madera, permitía fijar con seguridad la lanza en el suelo ante la embestida de un caballero a la par que equilibraba el peso del arma acercando su centro de equilibrio a las manos del guerrero. Si alargamos una lanza, de 2 ó 3 metros hasta el máximo de tamaño manejable (incluso superando los 6 metros) nos encontraremos con una pica (como las de Flandes) en las manos, tremendamente eficaz frente a una carga de caballería.

Modificando este patrón básico, en la época medieval se alcanzó una variedad casi infinita de armas enastadas. Su forma dependía únicamente de la imaginación del artesano que la fabricaba o del soldado que se la encargaba.

A una vara, lo mismo se puede sujetar un cuchillo que un hacha, y si le añadimos a ésta uno o dos ganchos con los que sujetar y derribar a un caballero de su montura, hemos inventado la alabarda: una hoja de corte que se prolonga en un diente puntiagudo llamado pica, mientras por el lado opuesto al filo se sitúan uno o varios espolones, bien rectos o curvados en forma de gancho. Si es el machete nuestra arma preferida y lo fijamos al extremo de la vara, crearemos el archa, a la que también llamaban cuchillo de brecha. Si descendemos de familia campesina y estamos familiarizados con las herramientas de la siega, podemos fijar a nuestro palo una hoz y si queremos hacerla más terrible añadirle una punta aguzada; así habremos creado una bisarma. También podemos remedar las armas de los señores y montar en el extremo de la vara de fresno una imitación barata de su hacha de armas para blandir contra nuestros enemigos lo que se conoció como hacha de petos. Si lo que nos atrae es el martillo de guerra, prolongando su mástil hasta la medida de una lanza corta y prolongar su rejón para transformarlo en una lucerna.

También podemos simplemente añadir a la moharra de la lanza unas aletas laterales. Si la central es más ancha de lo habitual y las aletas son más o menos rectas tendremos una partesana, pero si la hoja es más estrecha y las aletas se giran hacia atrás para facilitar el agarre del jinete, lo que tendremos entre las manos será una roncona.

Y así hasta la infinidad de modelos y variaciones con o sin pinchos, curvados o rectos con una o varias puntas y astas, como hemos ya dicho, desde poco más de un metro y medio en las armas arrojadizas hasta los casi siete de las picas contra caballería empleadas en las falanges.

lunes, 22 de junio de 2009

Otra visión sobre el origen de los bandos y los banderizos

Mucho se ha hablado sobre los banderizos y sus luchas, así como abundantes son las razones que se han buscado para ellas. Sin pretender tener la respuesta al porqué de tanta sangre como se ha derramado en esta Tierra Amarga, creo prudente el hacer hincapié en algunos puntos no desconocidos, pero sí ignorados las más de las veces cuando se habla de la época y sus protagonistas.

(Antes de continuar, me gustaría hacer un pequeño inciso respecto al tratamiento con que se conoce comúnmente a estos hidalgos de las guerras banderizas: Al mayor del apellido se le distinguía como Jauna, que quiere decir “el señor”, mientras que el resto de hidalgos eran llamados Jauntxos, literalmente: señores pequeños, o lo que es lo mismo: “señoritos”. Curiosamente, esta misma denominación aún se puede encontrar en ciertas zonas de la península culturalmente deprimidas).

Volviendo a la Bienandanzas e Fortunas, nos encontramos con que, a la hora de explicar algún altercado, don Lope repite una y otra vez que la pendencia surgió por ver quién más valía, queriendo decir con ello que fue una cuestión de orgullo mal entendido entre los contendientes lo que les arrastró a la violencia y el homicidio. Sin duda que no le faltará razón, pero para poder comprender el porqué de una reacción tan violenta ante un asunto que en principio muchas veces resultaba por cierto superficial, debemos tener muy en cuenta la edad de los participantes y sus condiciones sociales personales. No olvidemos que, en la edad media, más del 70% de la población tenía menos de 18 años y la implicación de la sociedad de un hombre joven era muy diferente a como lo es ahora. El mismo Lope, nos lo hace ver al escribir sobre la descendencia de su antecesor del mismo nombre: e su fijo primero lo ovo éste en una moça de Nograro seyendo mançevo de 15 años. En otro momento nos cuenta cómo Gómez de Butrón envió a Gonzalo Gómez, su fijo, que era moço de 15 años, a Unzueta para desaloja a los de Juan López de Gamboa que cercaban la casa que allí tenía. A los 16 años de edad, Pero Gonzales Quarto era home mucho volliçioso e guerrero e esforçado... E mató en su casa a Juan Caveça de Heras toviéndolo desafiado. Testimonios como éstos y parecidos abundan en los escritos de la época. A los 15 años se era ya hombre para engendrar y combatir. Un hidalgo debía haber adquirido a esa edad la capacidad y destreza necesarias como para matar o morir en batalla, de la misma manera que disfrutaba de las posibilidades de perpetuar su apellido en el catre de cualquier moza que se presentara. Ahora bien, el ser humano no ha evolucionado lo suficiente en estos últimos 500 años como para modificar el perfil mental de la especie. Si observamos a un adolescente del siglo XXI hemos de poder ver los mismos conflictos sicológicos y hormonales de nuestros ancestros a su misma edad.
Imaginemos entonces por un momento a un puñado de jóvenes de entre 15 y 17 años armados de espadas, educados en su superioridad por sangre, entrenados desde su más tierna infancia en el manejo del arma más letal conocida entonces –la espada – y rodeados de veteranos de armas a sus órdenes. No podemos extrañarnos de que en semejante puchero se guisen pendencias mortales, batallas campales y todo tipo de excesos.
También podríamos calificar de adolescente a la situación socio-económico del mundo occidental: Europa está a punto de dar a luz al Renacimiento y toda la sociedad se resiente de las contracciones del parto: Se desata por todo el continente una revolución tecnológica y de los medios de producción. La energía hidráulica facilita la transformación del mineral de hierro y hace mucho más barata la obtención de aceros cada vez mejores. El comercio marítimo abre nuevos mercados y por primera vez en la historia se “globaliza” el conocimiento, el consumo y la producción. Las salazones y otras técnicas de conservación de los alimentos, junto a las nuevas técnicas de construcción naval y de navegación, abren las comunicaciones de pequeñas villas como Bilbao a las más distantes ciudades del globo y permitirán en breve el descubrimiento del nuevo mundo. Las armas de fuego son cada vez más cómodas de utilizar y más efectivas, lo que unido a las nuevas ballestas de rápido montaje, la montura a la jineta aprendida de los árabes y a las picas, eliminará en breve a la caballería pesada de los campos de batalla y el desarrollo de la artillería dejara obsoletos a los hasta ahora inexpugnables castillos.

Ahora debemos colocar estos actores y este ambiente social en un escenario aislado, de escasos recursos y casi nulas comunicaciones, al que la carencia de riquezas naturales ha reducido al mínimo las ingerencias del mundo exterior y donde aún se mantiene una sociedad primitiva fundamentada en la familia. Es únicamente la necesidad de las grandes empresas de Castilla por comercializar su lana en Europa, y la cada vez mayor demanda de hierro, lo que hace económicamente rentable el establecimiento de algún puerto seguro en el Cantábrico, así como el asentamiento de villas en el territorio que garanticen la disponibilidad de los nuevos puertos y mantengan abiertas las vías de comunicación entre ellos y la meseta castellana.

Al contacto con esta nueva disposición del orden social en menoscabo del feudalismo, la sociedad rural de Vizcaya y Guipúzcoa –que aún se basa en la más primitiva estructura familiar de la gens romana y cuya mayor fuerza es la familia – trata de adaptar sus características particulares a la nueva situación. Caballeros e hidalgos, que han conseguido sus tierras por la fuerza de las armas y que han mantenido en las mismas durante generaciones de igual modo sus derechos, se transforman en la baja edad media en mercaderes y empresarios. Y se enfrentan a los nuevos desafíos con la violencia y fuerza del clan. Los señores banderizos llevan años alquilando su gente a los diferentes reyes y disponen de suficientes hombres duchos en el manejo de las armas. Además, sus gentes están unidas al clan por un concepto cultural de tribu, que establece una lealtad inexcusable al apellido y al pariente mayor que lo representa. Esto presta a los jauntxos una ventaja nada desdeñable respecto a sus competidores, sujetos a la siempre inconstante ley de la oferta y la demanda que multiplica los costes de mano de obra y seguridad.

En aquél mercado, se combate la competencia con las armas, se protegen los intereses a espada y fuego, y se consolidan privilegios con la compra de voluntades y la creación de intereses dentro de la corte castellana.

jueves, 18 de junio de 2009

Las armas medievales. II – otras armas: cuchillo "vizcaíno" y armas de impacto

Como quedó dicho en la entrada anterior, una buena espada, en contra de lo comúnmente aceptado, fue un arma relativamente escasa durante la edad media. Su precio la hacía inalcanzable para el común de los mortales y el esfuerzo y tiempo de práctica que requería su correcto manejo encarecían aún más su uso.

En Vizcaya, tierra constantemente agitada por las luchas entre bandos, eran de uso común unos cuchillos largos, con hojas que superaban los 50 cm. y que bien se podrían considerar como espadas cortas. Estas armas, de factura más sencilla y económica que una espada verdadera, eran forjadas habitualmente por el herrero de la casa. De esta manera se conseguía abaratar al máximo su producción y equipar con ellas a todos los hombres de armas. No es disparate el suponer que fueron estos cuchillos largos los precursores de las espadas vizcaínas de las que hace mofa Cervantes en su Quijote y que tan valoradas y abundantes fueron durante el renacimiento español.

Don Lope García de Salazar nombra un buen número de armas en sus “bienandanzas”, y es la ballesta la que más se repite. Si nos fiamos de las referencias del buen don Lope sobre esta arma, la ballesta debía ser tan habitual en tierras vizcaínas como lo fue el revólver en el oeste americano. Esto tenía su lógica: El ser eficaz con una espada presuponía que se debía ser también ágil y experto esgrimista, rápido y decidido en ataques y fintas y disponer de un brazo fuerte capaz de asestar el golpe definitivo; además era una herramienta costosa y difícil de conseguir. El uso de cualquier otro tipo de arma, bien de asta, bien de corte o impacto, acarreaba la peligrosa condición de acercarse al alcance de un tipo que solía tener muy malas intenciones y, en muchos de los casos, una demostrada capacidad para hacer daño. Por eso era tan apreciada la ballesta: un artilugio barato, para cuya construcción solo se necesitaban un carpintero y un herrero de mediana capacitación, que se podía manejar con un mínimo entrenamiento, de manejo sencillo y de una efectividad mortal. Con ella en la mano, cualquier gañán era capaz de derribar a un caballero equipado con armadura blanca de su bridón de guerra y, en una tierra escabrosa como Vizcaya, era mucho más manejable que el arco largo. Por otro lado, en las guerras banderizas lo que primaba era el asalto rápido y la emboscada, y en este tipo de reyertas la ballesta demostró infinidad de veces ser el arma más efectiva.

Tras ella, vemos desplegarse un sin número de artilugios destinados a causar el mayor daño posible en el enemigo. Por tratar de mantener un cierto orden las trataremos enumerar según su característica principal.

Como armas de impacto, nos encontramos en primer lugar con el garrote, que junto a la piedra fue la primer arma empleada por el ser humano. De ambas, porra y piedra, tenemos múltiples ejemplos de su uso en las guerras banderizas, y también de su mortal eficacia. La piedra podía lanzarse con ballesta, honda o a mano y en los tres casos era perfectamente capaz de causar la baja de un hombre si se lanzaba con la suficiente fuerza y precisión. El garrote por su parte se presentaba en su versión más “clásica” como una simple estaca de olivo, o cualquier otra madera dura, tallada para facilitar su agarre. Más habitual era encontrar la clava ferrada: la misma estaca reforzada con clavos y anillos de hierro dotada de una cinta de seguridad que la aseguraba a la muñeca en la pelea. La masa de impacto de la maza adquirió las formas más variadas e imaginativas, desde un simple cilindro de plomo a esferas metálicas con forma de estrella pasando por casquillos dotados de puntas o cuchillas. Fueron tan variadas en sus formas como tantos los artesanos o soldados que las construían.

En una evolución natural, las personas con más posibles la fabricaron completamente en acero transformándola en la maza de armas. Esta constaba de un mango generalmente metálico, de entre 50 a 70 cm. (dotado de la sempiterna correa de agarre) coronado por la masa de impacto, que podía estar dotada de púas, crestas o costillas y terminar o no en una punta afilada destinada a servir también de puñal o estoque.

Algo más sofisticado resultaba el martillo de guerra. Sobre un mango de madera o acero, se disponía una cabeza maciza plana o dotada de pequeños relieves llamada mesa y terminada en una punta generalmente curva (de ahí su otro nombre: pico de cuervo). Además podía dotársele de un rejón en el extremo para utilizarlo también como estoque. La función del martillo era combatir contra hombres cubiertos de armadura: con la mesa se atacaban principalmente las articulaciones o el yelmo (para romperlas o aturdir al contrario), y con el pico se trataba de perforar las placas del arnés. El martillo de armas también disfrutó de una versión con asta larga a la que se llamó martillo de lucerna, o simplemente Lucerna.

Otro artilugio contundente era el mayal: dos varas de madera, una bastante más corta que la otra, unidas entre sí mediante cuerdas, que se utilizaba en su versión civil para romper el cereal y extraer el grano de la espiga. No tardó en sustituirse la cuerda por cadena y en reforzarse el tramo corto con hierros para convertir así al mayal campesino en un arma de guerra por demás contundente, que dio posteriormente paso a las diferentes formas del látigo de armas, látigo de guerra o mangual. El mango podía pasar de unos pocos centímetros en el látigo, para un agarre cómodo y eficaz de una mano, a un asta de más de metro y medio, lo suficientemente larga como para enfrentarse de manera eficaz a un oponente a caballo (este último mantuvo su primitivo nombre campesino de mayal). De la misma forma, el extremo contundente variaba desde un cilindro de madera reforzado con cadenas, aros y púas de hierro en el caso de los mayales de armas, a una o varias esferas metálicas que podían “adornarse” con pinchos, glóbulos o costillas para hacer más eficaz el golpe en los látigos.

Estas son solo algunas de las armas de impacto utilizadas en la edad media en Europa, en otro apartado nos ocuparemos de las armas de asta y de corte.

jueves, 4 de junio de 2009

Las armas en la edad media. I - la espada

De la infinidad de armas empleadas en la edad media, la principal y más conocida es, sin lugar a dudas, la espada. El arma medieval por antonomasia, la más eficaz y mortífera, propiedad de reyes e hidalgos.

Una buena espada, como arma noble que era, resultaba cara, muy cara, extremadamente cara –podía llegar a costar trescientos reales de plata, lo que vendría a ser algo así como el sueldo de 30 años de un menestral – de manera que las buenas espadas eran armas reservadas a los muy ricos. Los hidalgos más modestos habían de conformarse con espadas algo más económicas, pero aún así fuera del alcance de quien no dispusiera de rentas suficientes.

La espada era una perfecta obra de arte fruto del desarrollo tecnológico de la época y el espadero un profesional siempre distinguido y considerado en la sociedad medieval. Prueba de la importancia de estos maestros, son los nombres de afamados espaderos vizcaínos que han llegado hasta nosotros, como Pedro de Zamudio, Domingo de Azcoitia, Martín de Mántulis o Juan de Olagorta, entre muchos otros. Estos eran los encargados de conseguir los diferentes temples que se exigían para cada sección de la hoja: el cuerpo del arma había de ser flexible y resistente, las líneas de corte, afiladas en ángulo obtuso, debían alcanzar durante el templado la fortaleza necesaria para cortar en el golpe pero sin que resultaran demasiado frágiles, para evitar mellados y roturas; la punta, al fin, debía alcanzar la máxima dureza y rigidez para conseguir en ella un afilado extremo y la resistencia necesaria para hendir una cota de malla o atravesar el hueso.

También se construyeron espadas más económicas, destinadas el equipamiento de ejército regulares y hombres de armas de los señores, que si bien no alcanzaban la calidad de las anteriores, sabían mantener sus cualidades de peso y efectividad, aunque fueran menos resistentes y perdieran con mayor rapidez el corte o la punta.

Estas maravillas de la ingeniería medieval se engarzaba en una empuñadura que no solo debía servir para asir la espada. La cruz defendía la mano que la blandía, el pomo prestaba apoyo al agarre y compensaba el peso del acero, equilibrando el peso del arma a unos cuatro dedos de la guarda, y ambos -pomo y arriaz- resultaban unas muy eficaces armas de impacto, capaces de destrozar la cara de cualquier oponente.

Las espadas que esgrimían los Leguizamón, Basurto o Arbolancha a finales del siglo XV, bien podían ser las contundentes espadas de mano y media o bastardas, de más de un metro de largo y entre un kilo trescientos gramos y los dos kilos de peso, o los más modernos y ligeros estoques, diseñados para reventar las anillas de las cotas de mallas y penetrar entre las placas de las corazas, que sólo raramente alcanzaban el kilogramo.

Un mito bastante extendido es el de la abundancia de estas armas en batalla. Esto es del todo falso. Como hemos dicho anteriormente, una espada era arma muy cara, solo al alcance de caballeros o soldados profesionales, salvo que consiguieran rapiñársela a algún enemigo caído y ocultársela a su patrón. Además, para que fuera realmente todo lo efectiva que podía llegar a ser, se necesitaba un largo y complejo entrenamiento. Por todo ello, los más de la tropa se armaban para la batalla con otro tipo de armas mucho más baratas, de manejo menos complicado e igualmente de eficaces, como hachas, garrotes, martillos, lanzas y alabardas, sobre las que hablaremos algo más adelante.

Banderizos

Habitualmente, se emplea la palabra banderizo para designar a todos aquellos hidalgos que participaron en las luchas que enfrentaron a los diferentes linajes en tierras de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava y a sus enfrentamientos, luchas banderizas.
Dice don Lope García de Salazar, en sus "Bienandanzas e Fortunas...", que todo empezó con una riña en tierras del reino de Navarra, cuando los vecinos de Ulibarri (aldea vecina a la ciudad de Vitoria) se enfrentaron a los guipuzcoanos de Murva por cómo transportar unos enormes cirios que procesionaban los primeros días de Mayo. Se empeñaron los alaveses en transportar los hachones por alto, que dezían en su vascuençe "gamboa"; por contra, los guipuzcoanos creían más conveniente el llevarlos bajos e dezían de vascuençe "oñes", que quiere dezir a pie.
Tan grande fue la discusión, y dieron en pelear con tanta saña, que muchos de los participantes murieron en la trifulca. A raíz de aquella riña cambiaron los nombres de las aldeas, pasándose a llamar la una Ullibarri Gamboa y Murva de Oñaz la otra.
E así fueron levantados estos linajes e vandos de Ones e de Gamboa e duran hasta hoy.

Besamanos a Fernando V por los vizcainos en 1476

Besamanos a Fernando V por los vizcainos en 1476
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Bilbao en el siglo XV

Bilbao en el siglo XV
Así se supone que podía ser Bilbao a finales de la Edad Media

Casa torre de Etxaburu (fotografía de Txemi Ciria Uriarte)

Casa torre de Etxaburu (fotografía de Txemi Ciria Uriarte)
La casa, origen del linaje, razón de ser de los bandos

Espada de mano y media, también llamada espada bastarda - 1416

Espada de mano y media, también llamada espada bastarda - 1416
Armas de lujo para los privilegiados de la tierra

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