Es una idea bastante generalizada el considerar las batallas medievales como dos masas de individuos enfrentados los
unos a los otros sin orden ni concierto. Como también se da por aceptado el que las batallas en
aquellos años se resolvían en una serie de combates individuales entre los
diferentes individuos que formaban los contingentes enfrentados.
Según esta disparatada teoría, dos muchedumbres de hombres,
a pie o a caballo, todos cargados de hierro y blandiendo hermosas espadas, cargaban
lo más rápido que les permitían sus piernas o sus caballos contra el enemigo.
Cuando se encontraban, se trababan en lucha singular con el contrario que les
caía más cercano hasta derribarlo para cargar entonces contra otro hasta que
uno de los contendientes era arrollado o huía.
Nada más lejano de la realidad. Resulta
complicado el admitir que caballeros y reyes, expertos en sus ocupaciones y veteranos de mil batallas, se enfrentaran de
esta manera.
Infinidad de tratados militares medievales y anteriores (hay
que leer a Vegecio) detallan la correcta disposición de las tropas para
optimizar los resultados, en función de las gentes de que se disponga y sus
equipamientos. Pero, además, alguno de los protagonistas de aquella historia
nos ha dejado narraciones perfectamente detalladas de cómo resolvían estos
conflictos.
Un experto en aprovechar al máximo el terrero y sus
recursos, fue nuestro ya buen amigo Pero Niño. Y a él nos remitiremos para
detallar la disposición de hombres y armas en una batalla medieval real.
Nos cuenta el cronista que, tras tomar tierra al mando de
unos dos mil hombres, en la isla de “Jarsey” (supongo que se refiere a Jersey) dispone
todas sus fuerzas a pie en dos haces, o batallas, (batalla o haz era como
denominaban en aquellos años a las secciones del ejército en formación de
combate) distribuidos de la siguiente manera:
Ordena la primera haz en dos alas de 60 paveses cada una,
tras las que sitúa todos sus ballesteros y arqueros (frecheros) protegidos por
lanceros (pillartes). A estos soldados les apoyan el resto de gente mal armada
de la expedición, que se encargarán de
lanzar dardos, venablos y piedras (con onda o a mano) a los atacantes y entrar
en el cuerpo a cuerpo si hubiera ocasión. Tras dejar un hombre de armas con la
bandera de señales en esta primera batalla, retrocedió Pero Niño como treinta o cuarenta
pasos para formar su segunda haz, la formada por los hombres de armas. Estos, tanto
caballeros como peones, y al contrario que la primera haz que estaba formado por la infantería ligera, venían
equipados con protecciones corporales, yelmos, petos, perpuntes, cotas y
corazas, esgrimían lanzas y portaban al
cinto hachas, espadas y dagas. Constituían esta su segunda haz de infantería
pesada unos mil hombres de armas, castellanos, bretones y normandos. Cada uno
con sus estandartes y banderas de señales y tras ellos, la bandera de Pero Niño,
que debía indicar los movimientos de las tropas y secciones.
Junto a su bandera, el capitán dispuso las bocinas de
señales y esperó al enemigo.
Para tener una idea más exacta de lo que suponía esta
disposición de tropas, tenemos que ser conscientes de que el hombre medieval
medía –generalmente- entre 1’50 y 1’60 metros y de que un pavés medio alcanzaba
120 centímetros
de altura por 60 de ancho. Cualquier
hombre quedaba entonces perfectamente cubierto por un solo pavés.
Por lo tanto, la disposición de dos alas de 60 paveses cada
una, habría de enfrentar a los ingleses (unos tres mil a pie, incluyendo a sus
famosos arqueros, a los que se sumaron
doscientos a caballo) una muralla de madera y cuero, insensible a cualquier
proyectil que pudieran arrojarle. Tras ese muro infranqueable, los diferentes
lanzadores se complementan para cubrir todo el campo. Los arqueros alcanzan más
distancia y son más rápidos que los ballesteros, pero estos tienen un tiro
recto mucho más potente, capaz de causar baja a través de armaduras y cotas, los
mal armados lanzan piedras y venablos a los que consiguen sortear flechas y
virotes y los armados con lanzas se encargan de quienes consigan acercarse.
Tras esa pared de proyectiles, fuera del alcance de las
flechas enemigas, los hombres de armas esperan que la primera haz desbarate los
arqueros enemigos para entrar en batalla.
Y del resultado de la batalla, hablaremos en el siguiente
artículo.